De la misma manera que cada persona tiene un carácter y una actitud ante la vida, los profesores y profesoras tienen su particular estilo de enseñanza, que influye en su actitud en el aula y en su relación con el alumnado. Estos estilos no son mejores ni peores: basta recordar algunas de las conversaciones que hemos tenido sobre este o aquel profesor, que nos pudo encantar porque era claro y exigente, mientras que a otras personas les gustó menos porque era demasiado estricto.
Sin embargo, las diferentes maneras de dar clase sí tienen implicaciones en la relación emocional y académica que se crea con el docente. En un reciente estudio que hemos realizado con una muestra de más de 21 000 estudiantes de sexto de primaria en las Islas Canarias, distinguimos entre dos estilos de enseñanza: el directivo y el participativo.
En el estilo directivo, el profesor es el “protagonista” de las clases, mientras que los alumnos se dedican a tomar notas. En el participativo, en cambio, se permite al alumnado ser activo en su proceso de aprendizaje. Esta diferencia, como podemos suponer, tiene implicaciones profundas en cómo se relacionan emocional y académicamente profesorado y alumnado.
Relación emocional y académica con el docente
Nuestros resultados confirman que el estilo de enseñanza participativo, que involucra a los estudiantes en el aprendizaje y les otorga mayor autonomía, genera una relación emocional más fuerte entre estudiantes y profesores. Quienes tienen este tipo de profesores los perciben como más cercanos, respetuosos y atentos a sus necesidades.
Además, este vínculo emocional está relacionado con un mayor bienestar en el aula y una mayor motivación para aprender. De hecho, cuando predomina el estilo participativo en el aula, se crea un ambiente positivo y colaborativo, y los estudiantes se sienten seguros para expresar sus ideas y participar en el aprendizaje de sus compañeros.
Por otro lado, el estilo de enseñanza directivo, donde el profesor juega un rol más tradicional en el desarrollo de la clase, implica una relación menos emocional y más centrada en lo meramente educativo.
Es decir, en este tipo de aulas, los estudiantes ponen en valor la claridad con la que sus profesores presentan los contenidos y la orientación que reciben durante las clases. Aunque la relación emocional no sea tan fuerte, el alumnado encuentra útil la estructura y el control que el profesorado ejerce, lo que es especialmente beneficioso para quienes necesitan mayor orientación en el aula.
Diferencias en las percepciones del alumnado
Uno de los aspectos más interesantes que descubrimos en nuestro estudio es que los estudiantes no perciben los estilos de enseñanza de la misma manera. Cada uno lo hace de forma diferente. Por ejemplo, las niñas, al contrario que los niños, valoran más los estilos de enseñanza participativos.
En general, ellas establecen relaciones más positivas con su profesorado, tanto emocionales como educativas. Este hallazgo coincide con estudios previos, que señalan que las niñas establecen relaciones más cercanas con los adultos en contextos educativos.
Esto resulta ser beneficioso para su compromiso con los estudios y su rendimiento escolar. En el caso de los niños, sería necesario explorar estrategias que potencien este tipo de relaciones con el profesorado, aumentando así su compromiso educativo.
Es posible que los profesores, consciente o inconscientemente, cambien su forma de dar clase según las características de sus estudiantes. Por ejemplo, que empleen un estilo directivo con determinados alumnos, por el mero hecho de venir de entornos socioeconómicos desfavorecidos, sin tener en cuenta otras características. Esto plantea un reto importante: garantizar que, independientemente del entorno socioeconómico del alumnado, el profesorado utilice estilos de enseñanza que potencien el desarrollo crítico y su participación activa en el aula.
Implicaciones para la política educativa
En las escuelas le damos cada vez más valor al bienestar emocional del alumnado: en este sentido, parece que formar a los futuros docentes en estilos de enseñanza participativos estaría promoviendo una relación más cercana y positiva entre profesores y estudiantes.
Al mismo tiempo, es fundamental que el profesorado sea consciente de cómo las características individuales de los alumnos, como su género y el nivel educativo de sus familias, influyen en cómo perciben su estilo de enseñanza y, por tanto, en la relación que se establece en el aula.
Ser consciente de estas diferencias permite al profesorado ajustar sus estrategias de enseñanza. Por ejemplo, si una docente identifica que parte de su clase son estudiantes con mayor necesidad de dirección, puede ofrecer una estructura más clara y mayor orientación, mientras que para estudiantes más autónomos puede fomentar un aprendizaje independiente.
En cada aula hay necesidades y percepciones diferentes, por lo que la mejor formación es aquella que permite a los docentes aplicar enfoques personalizados que no solo contribuyen a mejorar el rendimiento académico, sino también a reducir las desigualdades. La clave para un entorno de aprendizaje exitoso no radica solo en el contenido que se enseña, sino también en cómo se enseña y en las relaciones que se forjan en el proceso.
Fuente: Sara María González Betancor, María-Eugenia Cardenal y Octavio Díaz Santana / theconversation.com