En el día a día de cualquier estudiante hay algo que marca de forma importante su trabajo: los exámenes. Son fundamentales para pasar de curso y obtener un título o un certificado en cualquier estudio que se quiera llevar a cabo.
Sin embargo, en determinadas etapas, empieza a aparecer un número tan elevado de exámenes del tipo clásico, escrito y memorístico que el curso se convierte en una carrera de obstáculos, cuya meta es una nota numérica que no explica ni a veces implica que se haya aprendido. ¿Puede haber otros medios para evaluar lo aprendido?
Cuando solo cuentan los exámenes
Cuando los exámenes son la prioridad, los alumnos basan todo su esfuerzo en el examen sin plantearse, a menudo, el por qué de lo que estudian y aprenden. Los profesores a veces usan las notas como forma de presión y de control del orden del aula.
En secundaria, durante la adolescencia, la motivación hacia el estudio baja de manera importante. Entran en juego muchos factores, algunos complicados de controlar, que resultan en peores notas y problemas en la forma de comportarse y convivir en el aula.
Imprescindibles…
El examen ayuda a que los estudiantes se responsabilicen de su trabajo. La ciencia demuestra la necesidad de evaluar a los alumnos, conocer qué se ha aprendido, hasta dónde se ha llegado, qué problemas se han producido y buscar si el aprendizaje previsto se ha conseguido.
Es decir, examinar sirve para saber dónde estamos. Y sirve tanto al estudiante como al profesor, y les ayudará a avanzar.
…pero variados
Ahora bien, ¿qué tipo de examen? Además de los exámenes escritos, ¿hay otras formas de saber y evaluar qué estamos haciendo y qué estamos aprendiendo?
La mayoría del tiempo que se pasa en el aula se utiliza para establecer una relación entre profesor y alumnado, conocer la forma de trabajar de cada uno y las propias; entender qué es lo que se exige, cuáles son las dificultades, cuáles son los aciertos. Profesor y alumnos, mutuamente, se conocen y saben de ellos y de sus maneras y formas de ser. En el día a día de esta pequeña comunidad, el examen no es el elemento central.
El objetivo de este trabajo es más bien abrir la mente ante nuevas herramientas y perspectivas, tanto de los profesores como de las familias y de los propios estudiantes.
Si en el aula se pueden combinar diferentes formas de trabajar, ¿por qué no usar diferentes formas de chequear todo ese trabajo? Diferentes pruebas que puedan enriquecer ese momento y que además puedan traer nuevos y mejores avances.
Cuándo no es necesario
Si en el grupo hay un buen ambiente de trabajo, no hay problemas graves de comportamiento, se participa, cada uno a su nivel, habrá ocasiones en que no sea necesario evaluar al modo clásico. Ni siquiera habría que calificar siempre.
El hecho de valorar el trabajo diario, la atención en clase y las preguntas que se plantean, puede provocar que un examen se elimine: esto puede ser muy motivador para los estudiantes.
En otras circunstancias se puede proponer otra forma de ver si todo ha ido bien: un ejercicio preparado en grupo, presentado de forma original y creativa. O también un ejercicio en el que, contando con diferentes fuentes, elaboren su respuesta y la argumenten.
Aprendizajes infinitos
Para conseguir que estas formas alternativas de examinar sean efectivas es importante que se ayude a los alumnos a aprender de forma distinta. Buscar la información, seleccionar lo que tenga valor y separarlo de lo que no, trabajar en grupo, gestionar los problemas que se produzcan, consensuar la información, pensar, escribir argumentando.
La cantidad de aprendizajes que se pueden alcanzar son infinitos, y también atractivos, complejos, importantes y necesarios para el desarrollo de los estudiantes.
Fuente: Ana Cristina Formento Torres / theconversation.com