La pandemia global provocada por la rápida propagación de la COVID-19 ha supuesto un cambio en la manera de proceder en todos los ámbitos que se puedan imaginar; y el mundo de educación ha sido quizá uno de los entornos en los que más impacto ha tenido esta reorganización social, profesional y académica.
Una de las más sorprendentes consecuencias que este hecho ha tenido es la decisión ‘por decreto’ por parte de las autoridades educativas de algunas comunidades autónomas de que la tercera evaluación no se tenga en cuenta a la hora de reflejar el rendimiento académico de los estudiantes o al menos en la misma proporción que el resto de las evaluaciones.
De esta decisión parece deducirse que no es posible un proceso de enseñanza-aprendizaje suficientemente efectivo en un entorno virtual, es decir, que la transmisión de contenidos, el proceso de investigación y la transferencia no pueden darse con las suficientes garantías en contextos virtuales.
Aprendizaje basado en competencias
Sin embargo, si se atiende al principio básico que define el aprendizaje basado en competencias de Jaques Delors, es decir, la necesidad de promover en los estudiantes el desarrollo de transferencias, no parece incompatible. Desarrollar transferencias implica poner el énfasis, no tanto en lo que el estudiante sabe y conoce, sino en las competencias y habilidades que se han alcanzado.
La transferencia no es sino la capacidad de aplicar lo aprendido en un contexto nuevo y diferente. En definitiva, una competencia que capacite al individuo para hacer frente a gran número de situaciones.
¿Qué significa “de carácter formativo”?
Cabe recordar, además, que la normativa del actual sistema educativo recoge que, dentro del proceso de enseñanza-aprendizaje se debe ofrecer una propuesta de evaluación continua de carácter formativo. Esta consiste en la retroalimentación permanente hacia el estudiante, no solo con el fin de poder calificarle, sino para ayudarle a mejorar y avanzar en su comprensión.
De hecho, implica igualmente ayudarle a mejorar en su aprendizaje, ya que si la evaluación está correctamente planteada, la valoración del propio desempeño se produce de modo automático. Se trata de una responsabilidad compartida hacia el aprendizaje entre estudiantes y docentes.
Este tipo de enfoque (y cualquier otro) debe ofrecer a los estudiantes unos criterios de evaluación claros, relevantes, explícitos y, sobre todo, públicos. Deben, además, estar presentes en todo momento durante el proceso.
Una de las consecuencias más inmediatas que este planteamiento de evaluación tiene es el hecho de que los estudiantes comprenden en profundidad lo que implica un trabajo de calidad; son conscientes en todo momento a lo largo de su proceso de aprendizaje de lo que implica un trabajo bien realizado y, por lo tanto, de cuáles son las tareas que necesitan mejora.
Implicaciones de este tipo de evaluación
La evaluación continua implica una retroalimentación (tanto por parte del docente como por parte de los pares) que debe darse a lo largo de todo el proceso. Deben explicitarse unos indicadores de evaluación que tengan una relación clara y directa con los objetivos didácticos de la unidad. Esos indicadores han de ayudar al estudiante a poder evaluar su progreso lo que, además, favorece el desarrollo de su espíritu crítico.
Implica no solo calificar el trabajo en sí, sino también realizar sugerencias para mejorarlo, ofreciendo al estudiante indicaciones claras de hacia dónde debe encaminar su trabajo. Por último, exige una planificación previa minuciosa que la dote de sentido y sobre todo la convierta en una herramienta eficaz de aprendizaje.
¿Cómo llevarlo a cabo desde la distancia?
La pregunta lógica que se formula el docente es cómo llevar a cabo todo lo anterior desde la distancia. Qué recursos están a su alcance para saber si está logrando esos objetivos, si sus estudiantes están aprendiendo, teniendo en cuenta el desafío implícito en las actuales circunstancias. En otras palabras, si el aprendizaje desde casa supone abandonar el objetivo primordial de una educación encaminada a un aprendizaje profundo y, por lo tanto, duradero.
Si se aplican los principios que rigen el aprendizaje basado en competencias, la virtualidad derivada de esta nueva situación no tiene por qué suponer un impedimento para respetarlos. Es cierto que el distanciamiento físico tiene un impacto en la tan necesaria socialización del aprendizaje, por no hablar del problema que muchas veces supone el mero acceso a la tecnología en sí.
Pero eso no es lo mismo que afirmar que la evaluación continua propia de un marco de competencias no sea posible. El reto consistirá, por un lado, en seguir aplicando los principios pedagógicos que lo rigen, es decir, obligar a los estudiantes a que utilicen los contenidos como un medio para resolver un problema y no como un fin en sí mismo.
Por otro lado, habrá que diseñar un recorrido de aprendizaje que los estudiantes puedan documentar, de manera que nos permitan observar (y, por lo tanto, corregir y redirigir) ese recorrido. El portafolio digital, por ejemplo, es un recurso al alcance de los docentes que permite precisamente eso.
Examen memorístico
Si todo lo que el docente pretende es trasladar un examen de tipo memorístico y exclusivamente de contenidos, en efecto, la virtualidad del proceso no asegura que el estudiante realice dicha prueba únicamente en base a lo que recuerde. Sin embargo, ¿cuál era el objetivo? ¿cuál es, por tanto, el objeto de evaluación? Si esa misma prueba se realiza en un aula bajo la atenta mirada del docente, ¿garantiza el aprendizaje? Únicamente refleja la capacidad de memorización de un determinado estudiante.
Sin embargo, un modelo de enseñanza enfocado al desempeño, al saber hacer y aplicar, sí garantiza un aprendizaje sólido, transferible a otros contextos, que nos permita egresar estudiantes capaces de resolver problemas en entornos diversos.
Habrá que diseñar escenarios que nos permitan generar pruebas capaces de evaluar en qué medida nuestros estudiantes resuelven problemas con todos los recursos de los que disponen a su alcance, como haría cualquier ciudadano o profesional en su desempeño diario.
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