Neus Lorenzo Galés
Consultora REDEM – España
1. La evolución de un concepto
Actualmente asociamos la escuela con el contexto físico del aprendizaje formal, el lugar emblemático donde los niños y los adolescentes dedican su tiempo al esfuerzo por aprender, estudiar, examinarse y acreditar sus conocimientos y sus capacidades.
Muchos educadores han olvidado que el la palabra «escuela» significaba originalmente ocio o tiempo libre. Proviene del antiguo vocablo griego «σχολή» (skholḗ), y nos ha llegado a través del término latín «schola», (pronunciado «eskola»), que hacía alusión al momento de recreo o encuentro para la diversión. Era la ocasión que se podía aprovechar en el descanso del trabajo, en la pausa de las obligaciones laborales o personales, para entregarse al placer del aprendizaje. Se dedicaba a la práctica de alguna habilidad necesaria para el futuro, o del estudio sistemático y científico de aquello que había despertado la pasión y la curiosidad de un individuo o de un grupo.
¿Cuándo perdieron la escuela y la universidad su carácter lúdico, y su reputación de “oportunidad para la investigación personal y el debate compartido”, en torno a cualquier tema de interés, tanto sobre lo físico como lo metafísico?
Estamos asistiendo a un proceso de redefinición de conceptos educativos. Se nos exige repensar el rol de la escuela expandida, el papel del docente en un espacio educativo multimodal, y el perfil competencial del alumno a tiempo completo. Se nos pide que seamos eficientes, lúdicos, inclusivos… ¡Todo queda en manos de la escuela!
El espacio educativo es un imaginario colectivo que hay que concretar individualmente. Se identifica por la intencionalidad social, en nuestro propio contexto. Responde al uso que hacemos del espacio físico y virtual, y a las conexiones que establecemos con los demás. Está definido por nuestro entorno vital, la forma en que vivimos, crecemos y evolucionamos. El espacio educativo es el universo en el que toda sociedad se transmite y se perpetúa de forma sistemática, a través de las nuevas generaciones.
2. Los espacios educativos actuales
¿Le han dicho alguna vez que “las familias se desentienden de la educación”, “los padres y las madres no colaboran con la escuela”…? Es un mito muy extendido y manifiestamente falso.
A nadie se le escapa que actualmente, en nuestro país, la mayoría de las familias están perfectamente preparadas para tener un papel mucho más activo que hace dos siglos, en las primeras enseñanzas académicas de los niños. En casa, los niños y las niñas toman por primera vez los lápices de colores en la mano, exploran un libro, o aprenden a reconocer las primeras letras, cuando no a escribir su propio nombre o acceder. Con frecuencia la familia colabora en la práctica de habilidades deportivas, proporciona las primeras experiencias musicales, audiovisuales y artísticas, o facilitan el acceso a entornos digitales que llevan al niño a espacios educativos virtuales, impensables en el pasado.
Los espacios educativos se multiplican al margen de la escuela, durante la infancia y la juventud. Hallamos espacios complementarios cuando nos iniciamos en las actividades extraescolares y de integración cultural: museos, teatros, cines, bibliotecas, círculos de colectivos para practicar deportes de competición, entidades para el estudio de las lenguas extranjeras…
Las familias fomentan la participación (más o menos voluntaria) de los menores en la vida de la comunidad, en asociaciones juveniles de formación no formal, y en encuentros de socialización relacional informal. ¿Se desentienden? Que se lo digan a los padres a fin de mes, cuando hay que hacer balance de costes y prioridades: la escuela, el comedor, las clases de ballet o de música, el futbol, el gimnasio, la academia de inglés…
3. Los cambios en el entorno escolar
También los docentes están haciendo un esfuerzo para replantearse sus responsabilidades en la evolución que estamos viviendo, entre la incertidumbre del proceso y la certeza de la finalidad: queremos un mundo sostenible, justo y equitativo para las próximas generaciones.
Los enfoques innovadores exigen al sistema educativo una mayor flexibilidad para adaptarse a la realidad interconectada y en plena transformación, del mundo laboral, social y familiar. Los marcos normativos parecen mostrar una estabilidad cada vez más efímera. Adaptando el conocido chiste inglés sobre el clima: “¿No le gusta la situación política y económica de la educación? ¡Pues espere unos minutos…!”
La complejidad aumenta y se acelera. Se ponen en duda costumbres ancestrales, antes incuestionables (la autoridad del profesor, las obligaciones de los alumnos). Se descalifican estrategias que hasta hace poco estaban generalizadas (los deberes, el libro de texto). Se piden nuevas fórmulas en el diseño de edificios escolares (con muros transparentes y espacios polivalentes), propuestas arquitectónicas alternativas en el aula (divisiones desplegables), y urbanismo integral que faciliten la permeabilidad de la escuela con el resto de los servicios comunitarios y los recursos educativos del barrio.
Se ha generado una profunda reflexión sobre las necesidades físicas y tangibles de la innovación en el entorno escolar, más allá de las consideraciones de contexto (la distribución de los volúmenes, los materiales, la acústica y la sonoridad, o la gestión de la luz y la iluminación en las clases). ¿Hay que modernizar el diseño del mobiliario escolar?, ¿hay que facilitar la redistribución y la movilidad de las paredes?, ¿hay que definir lugares concretos y efímeros en el aula?, ¿hay que crear escenarios diferenciados, en función de las necesidades y las tarea comunicativas?.
El debate sobre la nueva escuela del siglo XXI y sus espacios facilitadores está en todos los foros educativos del país, y se convierte en una reflexión sobre el cambio de procesos y la aplicación de metodologías innovadoras. El profesorado es consciente de que está en juego la continuidad de la institución educativa, tal como la conocemos, y su propia supervivencia profesional.
Por añadidura, con la explosión del universo digital en la escuela, el espacio educativo ha adquirido una ubicuidad sin precedentes y se prolonga a lo largo de toda la vida, colonizando toda realidad. Se crea, dentro y fuera del entorno escolar, un nuevo territorio virtual de aprendizaje entre iguales y de autoaprendizaje. Un mundo lleno de herramientas relacionales de amplificación identitaria (Personal Learning Environments, PLE), que se complementan con un itinerario multidimensional, dinámico y personalizado en las redes de contactos (Personal Learning Networks, PLN). El entorno escolar tiene el reto de gestionar estos escenarios, vincularlos a situaciones de enseñanza aprendizaje, y utilizarlos para facilitar la implicación de la escuela en la sociedad (y viceversa).
En el futuro, los colegios ampliarán y diversificará sus espacios educativos con las prácticas en empresa, el servicio a la comunidad, el voluntariado en instituciones sociales o la participación del alumnado en cualquiera de las múltiples actividades virtuales de aprendizaje, en los entornos digitales y las redes sociales. Se abrirán definitivamente a la comunicación global, y gestionará a tiempo completo la orientación personalizada para que cada alumno saque el mayor provecho de sus lugares de aprendizaje.
4. El lugar de aprendizaje, una vivencia personal e intransferible
En último término, el aprendizaje sigue siendo una transformación individual, profunda y compleja, de construcción cognitiva y de maduración personal. Requiere la alternancia continua de tres situaciones básicas:
· La percepción de realidades significativas (input)
· La evolución de procesos reorganizadores (process)
· La expresión práctica de las nuevas habilidades, conocimientos o capacidades desarrolladas (output).
El auténtico lugar de aprendizaje se halla en el despertar de la propia consciencia como aluno, de la autonomía para aprender a aprender. Se halla en la curiosidad creativa, en la capacidad de crear y transformar realidades distintas, y en el placer de compartirlas en pro del bien común. Somos makers (productores y transformadores de objetos y de ideas), con una larga tradición en el juego creativo. ¿Podemos revivir el sentido original de la palabra «escuela»? ¿Podríamos valorar el entorno escolar desde la perspectiva de “tiempo para invertir en la investigación libre” y el “desarrollo de nuestra pasión de aprendizaje”?
Es precisamente la escuela donde actualmente asistimos a un nuevo despertar de la consciencia docente, con espacios de debate y generación de ideas. ¿Cómo podemos diseñar un entorno escolar enriquecido, equitativo, eficaz para el desarrollo de competencias y estrategias de aprendizaje a largo plazo? ¿Qué papel desarrolla el entorno escolar en los procesos cognitivos? ¿Cómo podemos conciliar las plataformas de aprendizaje digital personalizado (Smart Learning Spaces) con los principios del aprendizaje social y conectivo? ¿Qué experiencias generan un aprendizaje competencial? ¿Cómo se transforma la información en conocimiento útil y transferible?
El acceso a Internet a través del ordenador, las tablets, los teléfonos móviles, los wearables (o los terminales implantados en la ropa), los objetos cotidianos, las prótesis biónicas o los tatuajes con circuitos y conexiones a Internet de las Cosas (Internet of Things, IoT) es una creciente ampliación cultural, somática e intelectual sin vuelta a atrás.
La innovación escolar adquiere su auténtico significado, y su mayor valor social, si conseguimos que sea parte de la solución educativa, y no el problema. El reto es enseñar a todos los alumnos a convertir su espacio vital (físico o virtual; formal o informal) en su lugar de aprendizaje. Lo podemos conseguir si utilizamos metodologías activas, como el aprendizaje por tareas, el Aprendizaje Basado en Proyectos (ABP), la clase inversa (o Flipped Classroom), o los diseños de pensamiento inquisitivo para la resolución de problemas (Design Thinking, Inquiring Minds, Problem Solving, etc).
Repensar los espacios de aprendizaje y los entornos escolares nos ayudará a descubrir y a gestionar el propio proyecto de vida. Utilizar estas reflexiones para fomentar entre los jóvenes la creación de conocimiento y el respeto por el consenso científico, puede favorecer la creación de una comunidad sostenible, global y local (glocal), más justa y duradera.
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