«Mi escuela parecía una cárcel».
María Ester, que tiene 75 años y que solo cursó la escuela primaria en el norte de Buenos Aires, Argentina, me contó sobre sus paredes infinitamente grises, las líneas de bancos de madera desgastados y el único árbol que había en el patio donde jugaba con sus compañeros.
Ese lugar que se suponía tenía que inspirar la creatividad y fomentar la concentración para dar lugar al aprendizaje, para ella era una prisión.
«A veces el espacio no está pensado para mejorar la vida de las personas (que lo utilizan), sino para atender distintos criterios funcionales de seguridad, de resistencia de materiales, de limpieza, de mantenimiento, etc. Y un caso claro de ello es la arquitectura escolar, en la que no se ha pensado en el desarrollo de los niños», explica Susana Iñarra, doctora en Arquitectura y profesora en la Universidad Politécnica de Valencia, España.
La especialista destaca, sin embargo, que desde hace algunos años están surgiendo nuevas corrientes arquitectónicas, sobre todo en países anglosajones, para atender este déficit en el diseño escolar.
Entre los cambios se incluye tratar de fomentar la libertad en el movimiento de los niños, adaptar el diseño a la altura visual de los menores e incluir espacios en los que haya contacto con la naturaleza.
Todos estos planes y modificaciones que pueden potenciar el comportamiento de una persona, así como calmar su estrés o ansiedad, surgen gracias a una reciente fusión de la neurociencia y la arquitectura. Algo que comúnmente recibe el nombre de: neuroarquitectura.
«Está disciplina trata de entender cómo el espacio afecta a nuestro cerebro y en consecuencia, a nuestro estado emocional y comportamiento», añade a BBC Mundo Iñarra, miembro del grupo de investigación Neuroarquitectura del Instituto de Investigación e Innovación en Bioingeniería i3B, de la Universidad Politécnica de Valencia, España».
Intuición vs. conocimiento
La arquitectura no es solo un conjunto de cuatro paredes, un piso y un techo.
«La arquitectura es una experiencia. O al menos debería serlo», define Frederick Marks, expresidente y miembro fundador de la Academia de Neurociencia para la Arquitectura de Estados Unidos (Anfa).
«Somos seres emocionales que cada vez que entramos a un espacio, reaccionamos», describe Marks.
El especialista pone el ejemplo de una catedral de cientos de años de antigüedad con su imponente fachada exterior, su gigantesca altura y su inmensa puerta de ingreso.
Y cuando ingresamos, nuestros sentidos se activan.
Podemos oler un cierto tipo de edad asociada al edificio, escuchar el sonido posiblemente del agua, de gente caminando, tal vez de música.
Experimentamos la luz que atraviesa tanto vidrios transparentes como de colores y se refleja en muchas superficies diferentes. Podemos tocar esas superficies y tener ciertas reacciones.
«Estamos impresionados y abrumados. Todo eso hace la experiencia y queremos alcanzarla para tener un mejor entendimiento de la arquitectura», detalla Marks a BBC Mundo.
Tanto el ejemplo de la catedral como el de la escuela de mi madre nos ofrecen una experiencia sensorial que puede ser positiva para muchos y negativa para otros.
La catedral fue construida con una intencionalidad de provocar esas emociones indistintamente de la creencia religiosa, aunque, ciertamente, hace cientos de años no había evidencia científica sobre la respuesta del cerebro a la arquitectura.
«Existe una diferencia entre tomar una decisión intuitiva sobre la arquitectura y tener evidencia sólida basada en el conocimiento», dice Marks.
Por eso «es importante no confundir una intuición en arquitectura, que podría hacer cualquier arquitecto a través de su experiencia y su buen criterio de diseño, con la neuroarquietectua«, asegura, por su parte, Iñarra.
«Esta es una ciencia basada en un estudio riguroso a partir del cual, en casos concretos, medidos y controlados, se pueden llegar a conclusiones para aplicar al diseño», añade.
Entonces, ¿cuáles son esos estudios rigurosos?; ¿cómo se hacen? y ¿cómo saber qué diseño arquitectónico se necesita para lograr determinadas emociones?
Cómo funciona la neuroarquitectura
Hay espacios que nos agobian porque son muy pequeños y pueden generar determinadas tensiones y otros que sabemos que nos relajan. Esa evidencia es clara y a veces bastante obvia.
Pero el estudio científico que da respuesta a estas reacciones es en realidad un área muy nueva con varias corrientes que las analizan, aunque todas comenzaron en la segunda mitad del siglo pasado.
Uno de los primeros en darse cuenta del efecto de la fusión entre la arquitectura y la neurociencia fue el virólogo estadounidense Jonas Salk (1914-1995), quien desarrolló una de las vacunas contra la poliomielitis.
A mediados de 1950, el científico estaba encerrado en su laboratorio en un sótano con poca luz de la Universidad de Pittsburgh, Pensilvania, estancado en su trabajo.
Decidió tomarse una licencia porque creía que un tiempo fuera de la oficina sería fundamental para pensar.
Viajó a Italia, donde se alojó en un monasterio del siglo XIII, construcción que inmediatamente lo impactó y conmovió.
«Al estar en un paisaje de gran belleza, rodeado de una arquitectura de cientos de años y la capacidad de estar tanto afuera como adentro (del edificio), le hizo cambiar su espíritu emocional», describe Marks.
«Y le permitió concebir una forma de articular su vacuna de manera diferente a como lo había hecho antes», añade.
Además de regresar a Estados Unidos con la solución para crear la primera vacuna segura y efectiva contra la poliomielitis, Salk volvió también con la idea de construir un nuevo instituto de investigación que aplicara conceptos que inspiraran la mente.
Así que convocó al arquitecto Louis Kahn para desarrollar y construir en 1960 el Instituto Salk, un centro de investigación de vanguardia con sede en La Jolla, California, considerado un referente de la neuroarquitectura.
Se crearon espacios de laboratorio amplios y sin obstáculos que pudieran adaptarse a las necesidades cambiantes de la ciencia. Los materiales de construcción tenían que ser simples, resistentes, duraderos y lo más libres de mantenimiento posible, detalla la institución en su sitio web.
El instituto está conformado por 29 estructuras. Dos de ellas en forma de espejo, cada una de seis pisos de altura, que miran a un gran patio. Tres pisos albergan laboratorios y los tres niveles superiores brindan acceso a los servicios públicos. También cuenta con un edificio de oficinas con vista al océano Pacífico.
«El lugar invita a la gente a estar afuera y a trabajar adentro. Es muy propicio para esta idea de colaboración que es necesaria entre personas de diferentes disciplinas y conocimientos para que hablen entre sí tanto de forma programada como no programada o improvisada», describe Marks, que es arquitecto especialista en planificación y diseño en instalaciones de salud y de laboratorio y que colabora como investigador en el Instituto Salk.
A partir de entonces, los estudios sobre neuroarquitectura se fueron desarrollando en varias partes del planeta y los descubrimientos que acompañaron demostraron avances para el bienestar de los seres humanos.
Por ejemplo, el arquitecto sueco Roger Ulrich pudo demostrar en una investigación de ocho años en la década de 1980 que el efecto de una hermosa vista en la habitación de un hospital puede acelerar de recuperación de un paciente después de una cirugía.
«Esto fue un ejemplo de lo que se llama diseño basado en evidencias científicas», describe la profesora Iñarra.
En la actualidad, el equipo de la investigadora realiza este tipo de experimentos de estudio del cerebro y la arquitectura.
«Lo que nosotros hacemos a través de un análisis muy riguroso es estudiar cuáles son los efectos del espacio en determinados aspectos de las personas. Pueden ser emocionales o comportamentales; cómo las personas se sienten y cómo se van a mover, por ejemplo», explica.
El paso a paso de los estudios comienza con identificar las emociones que se quieren resaltar en esos espacios.
Y luego le siguen pruebas para determinar cómo las personas pueden responder a esas emociones aplicando determinados diseños que pueden incluir factores como colores, formas y distribución del espacio.
Hay distintas maneras de medir la reacción de las personas desde un nivel neurofisiológico con la actividad cardíaca y el electroencefalograma con la actividad cerebral.
Dependiendo del análisis, pueden utilizar pulseras para medir la sudoración y cuestionarios validados por psicólogos.
«Para realizar estos estudios es muy importante tener aislados los parámetros. Conseguir esto en el espacio real es muy difícil», señala la profesora.
«Por ejemplo, para estudiar el efecto que tiene un color en la persona habría que tener la misma habitación pintada con un tono idéntico e ir cambiando el color de la pared. Como esto es difícil de modificar en el espacio real, trabajamos a través de realidad virtual», explica.
Entonces, primero se recrea un ambiente artificial siguiendo ciertos parámetros de diseño en los que se busca generar esas emociones y en un paso posterior se aplica en la vida real.
La investigadora detalla que comenzaron a realizar un estudio en el aula para analizar cómo la combinación de las variables luz, color y forma son capaces de potenciar los procesos cognitivos del alumnado como atención, memoria y concentración.
Una de las conclusiones es que «tanto los resultados psicológicos como neurofisiológicos indicaron que los tonos fríos mejoraron el rendimiento en la atención y la memoria más que los tonos cálidos«, señala Iñarra.
La investigadora advierte que dar recetas generales sobre qué colores ayudarían a una emoción en concreto es incorrecto y no funcionaría.
Los estudios de neuroarquitectura están basados en el análisis del comportamiento de determinados participantes en un espacio en concreto y sus resultados «no se pueden extrapolar a todos los ambientes», asegura Iñarra.
Pautas generales
El resultado de un estudio de neuroarquitectua en cada espacio y grupo es único, pero hay ciertos parámetros generales que pueden ayudarnos a combatir el estrés y a ser más creativos.
Numerosos estudios revelan que la presencia de naturaleza relaja el estado emocional.
Observar vegetación a través de una ventana y la presencia de plantas en los interiores suele rebajar los niveles de ansiedad y de estrés.
También se demostró en sitios experimentales que los techos altos propiciarían las actividades creativas y artísticas. Mientras que los techos bajos favorecerían la concentración, el trabajo rutinario y la sensación de seguridad para dormir.
Iñarra hace hincapié en que el primer paso en los estudios de neuroarquitectura es identificar la emoción y luego estudiar qué parámetros se necesitan para alcanzarla.
«En una habitación de hospital está claro que el paciente necesita sentir relajación y poder descansar, pero en una sala de lactancia, donde llevamos a cabo otro estudio, encontramos que la emoción más importante era la intimidad, que parece obvio cuando lo pensamos, pero es importante llegar a estas conclusiones a partir de un estudio con unas pautas rigurosas en este ámbito», describe.
En otro estudio, el equipo analizó la reacción cognitiva-emocional a través de sus registros neurofisiológicos para medir la percepción de «seguridad» del peatón al momento de cruzar en un punto urbano determinado con árboles y sin árboles.
Una de las conclusiones que observaron es que la reducción de vegetación aumentaba la sensación de «seguridad», aunque esto solo ocurrió durante el día. Por la noche el factor más importante fue la iluminación.
Si bien hay que atender los criterios emocionales de las personas que usarán esos espacios, tampoco hay que olvidar otros aspectos funcionales, higiénicos, de movilidad, etc. que requiere el lugar.
«En un estudio de neonatología vimos que lo que faltaba era la intimidad para que los padres puedan encontrarse solos con sus bebés, entonces introdujimos separaciones entre las diferentes camas sin perjudicar el control visual» necesario en ese ambiente, detalla Iñarra.
«Y en patios escolares estamos trabajando para tratar de re-naturalizarlos, es decir introducir la naturaleza y, sobre todo, medir el efecto concreto que tiene en el rendimiento y en la concentración en la vuelta al aula», dice.
La pandemia y el futuro
La pandemia de la covid-19 dejó al descubierto que nos ocupamos poco del diseño de nuestro entorno más cercano.
«Se ha hecho evidente que no es suficiente tal y como están diseñadas las viviendas, ya que no se soporta estar tanto tiempo en el mismo espacio sin salida al exterior», opina Iñarra.
Para la investigadora, es importante entender la importancia del diseño y de invertir en el hogar.
«En países como España, o donde hay un mejor clima, y se vive en el exterior porque tenemos una cultura muy social, las personas han descuidado la calidad de su hábitat en comparación con los países donde hace más frío, donde los hogares están mejor equipados. Esto se ha hecho evidente en la pandemia», analiza.
«Como tenemos asumido que hay que invertir en la alimentación, hacer ejercicio y mejorar la forma en la que vestimos para sentirnos mejor, también hay que pensar en el hogar. Preocupémonos por la decoración, los materiales y todo lo que podamos hacer para mejorar el lugar donde vivimos», opina Iñarra.
Por su parte, Marks resalta que los edificios son cada vez más inteligentes y que tenemos que observar cómo nos sentimos con eso y respetar las diferencias.
«Vivimos en un mundo lleno de sensores. Se está generando una gran cantidad de datos sobre cómo nos movemos por los edificios, cómo nos sentimos dentro y cómo el edificio puede reaccionar en función de esas condiciones. Creo que hay una obligación casi forzada en el futuro de entender eso», advierte.
«No somos tan simples como creíamos. Somos complejos y todos somos diferentes. Entonces necesitamos construir un mundo para ser más complaciente al reaccionar ante esas diferencias«, concluye.
Fuente: bbc.com