En el segundo de esta serie de artículos argumentábamos que los conceptos de equidad, calidad e inclusión orientan los procesos de reforma educativa. Ahora bien el desafío yace en traducir estos conceptos en procesos efectivos de enseñanza que impacten en las oportunidades y en los resultados de aprendizaje de todos los alumnos. Los conceptos tienen que ser siempre gestionados desde una hoja de ruta que permita su concreción. De lo contrario, son una sumatoria de intenciones sin impacto.
El perfil de egreso, esto es lo que se espera que el estudiante logre al completar un nivel educativo cualquiera, es el punto de partida de esa hoja de ruta que mencionamos. Tradicionalmente, los perfiles de egreso se definen por niveles educativos – por ejemplo, para primaria y secundaria – y reflejan los conocimientos que se espera que los alumnos desarrollen en áreas de aprendizaje / asignaturas tales como lengua, matemática, ciencias experimentales y sociales. Lo que se prioriza básicamente es la trasmisión y adquisición de información y conocimientos que muchas veces tiene una dimensión más teórica que práctica. Principalmente en la educación media, el perfil de egreso atiende más a los contenidos de las disciplinas que a las necesidades de aprendizaje del alumno.
La discusión actual sobre el perfil de egreso cambia de rumbo. Los perfiles se definen crecientemente en función de las competencias que las personas deben desarrollar para encarar y resolver diversos desafíos de la vida. Los conocimientos siguen siendo insustituibles como recursos/herramientas para que la persona pueda hacer uso de los mismos y aplicarlos. Pero no son suficientes por sí mismos. Cualquiera sea la situación de vida a las que se enfrentan, las personas deben tener la voluntad de hacerlo, evaluar y seleccionar opciones en función a sus valores, actitudes y emociones, y aplicar sus conocimientos y destrezas. La integración de estos elementos – volitivos, actitudinales, emocionales y cognitivos – hacen a la noción de competencia.
La educación debe dar, por tanto, fundamentos y herramientas de un actuar competente en sociedad que es, en definitiva, saber encontrar respuestas frente a desafíos. A vía de ejemplo, no enfrentamos los desafíos del cambio climático solo a través del prisma de las ciencias experimentales y sociales sino evaluando que necesitamos hacer y actuar para contrarrestarlo en su prevención y consecuencias.
Los estudios realizados por la OIE-UNESCO indican que en más de 90 países de diferentes regiones del mundo, se hace referencia a competencias en los currículos de la educación básica y media como criterio para la definición de los perfiles de egreso. Las cuatro competencias más mencionadas son, en su orden, comunicación, competencias sociales, resolución de problemas y creatividad. Asimismo, y en la medida en que el desarrollo de las competencias es transversal a los niveles educativos, crecientemente los países las definen por grupos de edades. A vía de ejemplo, cuáles son las competencias que se esperan desarrollar en niñas/niños y jóvenes de 3 a 18 años y cómo cada nivel educativo – por ejemplo primario/básico y medio – debe contribuir a su consecución. Se trata cada vez más de una educación estructurada por las necesidades de progresión de los aprendizajes del estudiante en el desarrollo de competencias que por niveles educativos compartimentados en inicial, primaria, media y formación docente.
Revisando la evidencia internacional, podemos identificar cuatro tipos de competencias fundamentales que podrían ser la base de un perfil de egreso para las edades de 3 a 18 años. En primer lugar, lo que se denominan las habilidades básicas en lectura y escritura, matemática, comunicación y digitales que son la base de todo aprendizaje. En segundo lugar, las competencias vinculadas a cuidarse a sí mismo, a gerenciar su vida diaria y a desempeñarse en sociedad con sentido de iniciativa y espíritu emprendedor. En tercer lugar, las competencias metodológicas que tienen que ver con el prepararse para tener un rol proactivo en la sociedad – resolución de problemas, creatividad, colaboración, pensamiento crítico, manejo de la información e investigación, pensar y aprender a aprender -. En cuarto lugar, el conjunto de competencias sociales, cívicas y científicas que permite a la persona ser un ciudadano de la aldea global con sensibilidad local – por ejemplo, la competencia cultural de poder apreciar las diferencias entre y al interior de las sociedades y de interactuar con los diferentes, conciencia ambiental y/o compromiso en construir un futuro sostenible de la humanidad-.
En suma, quedarnos solo en transmitir conocimientos aislados de su aplicación, nos priva de concebir la educación como clave de desarrollo individual y colectivo. Una línea posible alternativa es la que hoy transitan numerosos sistemas educativos en el mundo, de Sur y Norte. Se abocan a definir un perfil de egreso por grupos de edades, común a los niveles inicial, primario y medio, que condensa las competencias entendidas como claves para forjar un actuar individual y ciudadano competente en la sociedad.
Fuente: El observador – Por Renato Opertti, Especialista en Educación OIE-UNESCO