Aplazar el inicio o la culminación de una labor que debe realizarse es algo que le pasa la mayoría de las personas en algún momento de su vida. Postergar rendir un examen universitario, entregar un trabajo importante, realizar un chequeo médico o hacer un llamado telefónico puede producir cierto alivio temporal, pero a la larga – si la obligación no se enfrenta – genera malestar. Aunque posponer tareas puede tener que ver con encontrarlas tediosas o demasiado difíciles, otro motivo muy frecuente es el temor a fallar al hacerlas, tal vez por partir de parámetros de exigencia demasiado altos.
Marina Galarregui formó parte, durante su beca doctoral del CONICET en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, de un equipo de trabajo que estudió el perfeccionismo – estilo de personalidad caracterizado por establecer altos estándares de desempeño asociado a una elevada autocrítica y al temor a cometer errores – en estudiantes universitarios argentinos. Ella particularmente trata de observar el vínculo entre esta variable y la procrastinación, tendencia a posponer el inicio o la culminación de una tarea que usualmente deviene en un estado de insatisfacción o malestar.
Aplazar quehaceres en función de actividades que son más gratificantes en lo inmediato –como dormir un rato más, mirar la televisión o leer una novela – no es algo fuera de lo común. “Hay estudios transculturales que revelan que un 60 o 70 por ciento de las personas reconocen haber pasado por situaciones de procrastinación. Lo que pasa es que no siempre se trata de un fenómeno generalizado. Tenemos que diferenciar entonces entre la procrastinación situacional (ocasional) y la crónica, donde la postergación vinculada a un malestar se generaliza a un montón de áreas. Esto ya no es algo tan común”, explica Galarregui.
Sin embargo, existen estudios que muestran que el número de procrastinadores crónicos aumentó en los últimos años. Una explicación posible para este fenómeno sería que el surgimiento de nuevas tecnologías aumenta la posibilidad de obtener una gratificación instantánea. “Las personas elegirían cada vez más hacer búsquedas en internet, chatear con el celular o seguir redes sociales en vez de actividades cuya compensación se produciría a más largo plazo”, argumenta la psicóloga.
Pero al alivio temporal que causa evitar una labor que se presenta aversiva y al disfrute momentáneo de suplantarla por otra más atractiva sobrevienen el reproche y la angustia. “Se encontró que a mayor procrastinación suele haber más síntomas de ansiedad y depresión”, afirma Galarregui.
Más allá de esta contraposición entre la tarea que se posterga y la que la reemplaza, y los diferentes tipos de recompensas que ofrece cada una –a largo plazo o inmediata- lo cierto es que pueden haber otras razones de fondo para que una persona procrastine. Evitar preparar un examen que debe rendirse o terminar un trabajo que tiene que entregarse –al igual que otros aplazamientos- puede derivar de acuerdo a la psicóloga del miedo a fracasar: “Puede haber un temor a no hacer suficientemente bien una tarea, no alcanzar el estándar o ser evaluado negativamente por ello. Es aquí donde aparece el vínculo con el perfeccionismo”.
Aunque el perfeccionismo fue tradicionalmente considerado un rasgo negativo, Galarregui adhiere a teorías actuales que prefieren distinguir un perfeccionismo desadaptativo de otro adaptativo.
“Ambos tipos de perfeccionistas se imponen estándares de desempeño altos – esto es lo que los diferencia de las personas que no lo son- pero los adaptativos suelen ser más flexibles, realistas y se sienten satisfechos con sus logros. Los desaptativos, en cambio, tienen una exigencia poco realista e inflexible que deriva en una gran brecha entre el rendimiento deseado y el alcanzado”, explica Galarregui.
De acuerdo a la psicóloga, el vínculo entre ambos tipos de perfeccionismo con la procrastinación es muy distinto, mientras la tendencia al aplazamiento crónico es baja entre los perfeccionistas adaptativos (menor incluso a su prevalencia entre los no perfeccionistas) es alta entre los desaptativos.
“El perfeccionista desadaptativo es aquel que por ejemplo chequea, corrige, agrega y quita cosas a un trabajo sin ponerle fin. Estos sujetos suelen tener un gran temor al fracaso y por no exponerse a esa posibilidad la postergan. Por eso es que algunos autores plantean que la aspiración a estándares demasiado elevados podría ser precursora de la procrastinación”, concluye Galarregui. (Fuente: CONICET/DICYT)
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