El profesorado del siglo XXI ha evolucionado sustancialmente respecto a aquellos maestros que ejercían hace cuarenta o cincuenta años. La sociedad ha cambiado, y quienes educan a los adultos del futuro tienen ante sí nuevos desafíos, que se podrían resumir en seis.
1. Enseñar a pensar más que enseñar a repetir.
«En el proceso de democratización de nuestro país y de las escuelas, el abordaje de los modelos educativos ha ido cambiando hacia una mirada de enseñanza crítica y abierta, para crear generaciones futuras con herramientas que les permitan desarrollarse libremente desde un punto de vista personal, intelectual y social», explica Nadia Ahufinger, directora y profesora del máster universitario de Dificultades del Aprendizaje y Trastornos del Lenguaje y profesora del grado de Educación Primaria de la UOC. Para Ahufinger, «el desbordado consumismo de la sociedad actual, enfocada en producir, hace que se pida a las escuelas que sean un búnker para proteger a niños y niñas de la sociedad».
2. El reconocimiento de su figura.
Hubo un tiempo en el que los profesores eran figuras respetadas hasta la veneración, cuyas opiniones no admitían críticas. «Aquellos que eran llamados el maestro, el señor profesor, la señora profesora o don o doña seguidos del nombre, y que los actuales maestros recuerdan con cierta envidia, podrían seguir dando clases en las escuelas de hoy», explica Sylvie Pérez, profesora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC. Pero el profundo cambio social de las últimas décadas demanda otro tipo de profesores: «Un maestro ahora precisa de conocimientos tecnológicos y de una gran flexibilidad y empatía para poder hacer frente a una complejidad mayor». Entre los nuevos retos de los profesores del siglo xxi, ratios altas de alumnos (no más altas que antaño, pero siguen siendo altas), priorizar el desarrollo competencial, entender cómo el acceso al conocimiento es universal y libre y poderlo hacer en colaboración y cooperación con otros profesionales de la educación y con la propia familia. Y todo eso sin dejar de escuchar al alumno.
Queda cada vez más atrás el rol de figura autoritaria del profesor en el pasado frente al actual, más igualitario: «Este paradigma fue cambiando hacia la idea de que el maestro debía relacionarse de manera más horizontal con los niños y las niñas, pasando de la transmisión de conocimientos al acompañamiento en el aprendizaje», comenta Ahufinger.
Hay otra cuestión en torno al reconocimiento de la figura del profesor: el altísimo porcentaje de mujeres frente a hombres, en especial en las primeras etapas. Un estudio del INE de 2018 sobre mujeres en el profesorado cifra el porcentaje de profesoras en educación infantil en el 97,6%; en primaria son el 82%; en secundaria, el 59,1%, y la cifra solo desciende por debajo del 50 % en enseñanzas universitarias, artísticas y deportivas. «Una de las razones por las que este trabajo no se reconoce ni se valora como merecería es porque está altamente feminizado», explica Nadia Ahufinger, que insiste en referirse al colectivo como profesoras y no como profesores. Los trabajos desempeñados por mujeres se consideran, reconoce, como «menos válidos e importantes». La nueva manera de educar en la escuela permite el acompañamiento al alumno y la creación de espacios amables y seguros y hace que los estudios universitarios de educación se perciban como fáciles de superar: «No existe un reconocimiento generalizado de la figura de la maestra como profesional dotada de conocimiento, sabiduría y responsabilidad pedagógica en la educación de niños y niñas».
3. Las nuevas tecnologías en las aulas.
Las TIC han ayudado a facilitar metodologías colaborativas con los alumnos y «favorecen en general un clima de mayor motivación y participación», comenta Sylvie Pérez. Pero esto, a su vez, implica que el profesorado esté en permanente proceso de actualización, lo cual se suma a los retos del profesor del siglo xxi por varios motivos. Por un lado, es necesario ir un paso por delante de las demandas de la sociedad y, por otro, dicha actualización ha de estar promovida por los respectivos gobiernos. Además, hay que combinar la inmersión en las TIC del alumnado con la educación en el uso responsable de las tecnologías. Por último, las expertas consideran que hay alumnos en situación de vulnerabilidad que no tienen el mismo acceso a ellas y se crea así una nueva brecha digital.
Más allá de los contenidos, «hay que enseñar a acceder de forma crítica y útil a los contenidos y trabajar con ellos», explica Sylvie Pérez. El informe elaborado por Unicef Niños en un mundo digital alerta de los múltiples peligros de la permanente conectividad en los más pequeños. «Ha provocado que el profesorado tenga que trabajar para incluir estas nuevas herramientas en el proceso de aprendizaje de los niños y niñas, a la vez que tienen que trabajar para ponerles unos límites y enseñar a hacer un buen uso de ellas, cosa que no se trabaja lo suficiente de puertas para afuera», comenta Ahufinger sobre esta paradoja.
Esta inclusión de las nuevas tecnologías ha provocado cambios en la figura del maestro. «Estos cambios han provocado también modificaciones en la relación entre el maestro y la familia y los alumnos, porque también ha generado cambios en las estructuras de relación de la institución educativa y la familiar», reflexiona Pérez. Detrás de las cada vez más imprescindibles tecnologías subyace la esencia de siempre, esto es, el maestro como eje mediador siempre presente: «No solo importan las tradicionales, y necesarias a veces, clases magistrales, sino también la construcción de experiencias, de condiciones que favorezcan que los alumnos aprendan».
4. Inclusión y diversidad.
En ese cambio social de las últimas décadas también están las diversidades de todo tipo, y el profesorado necesita estar preparado para su inclusividad. «Incluir las diversidades, las desigualdades y las grandes dificultades», dice Sylvie Pérez, son materias en las que los profesores tienen que esforzarse. «Hay que trabajar para que las escuelas se conviertan en espacios inclusivos para todo el alumnado y que garanticen, especialmente, la presencia, participación y progreso de aquellos que se encuentran en desventaja educativa, ya sea porque tienen una discapacidad o enfermedad, porque se encuentran en una situación económica desfavorecida, por falta de conocimiento de la lengua…», añade Ahufinger. En este sentido, las nuevas maneras de enseñar al alumnado se van imponiendo en nuevos proyectos educativos.
5. Acompañar, no solo transmitir.
Se acabaron aquellas clases en las que un maestro transmitía su saber al alumno, de arriba abajo. Ahora la labor del profesorado del futuro se complementa con un proceso de acompañamiento. Quizá esa figura de «persona adulta que acompaña en un proceso de aprendizaje», dice Ahufinger, sea otro de los obstáculos para que al profesorado se le vea hoy como a personas que no necesitan saber mucho.
Pérez ahonda en cómo la posición de autoridad del maestro, si bien sigue estando regulada por un marco normativo, «precisa actualmente de ser reconocida por los alumnos y consentida por ellos, así como por sus familiares», pero añade que no hay que confundir «la autoridad con el poder».
Acompañamiento, orientación y tutoría son transversales a la transmisión de conocimiento. Ahora, explica Pérez, los profesores «deben saber generar la autonomía completa del alumno a través del conocimiento, y también del saber vivir en sociedad, compartiendo normas, reglas…».
6. La implicación de padres, madres y otros agentes.
Frente al profesor tradicional, el del siglo xxi ha de incorporar a su día a día el trabajo con padres y madres, por una parte, y con otros agentes educativos externos, por otra. «La posición de las familias es diferente desde hace años», recalca Sylvie Pérez. «El acceso a la educación de los padres actuales, entre muchos otros factores sociales, contribuye a una necesaria corresponsabilidad de los aprendizajes de los niños y jóvenes». Nadia Ahufinger aporta otra visión más: «Las escuelas han realizado procesos de apertura muy importantes para que las familias sean partícipes de las decisiones que se toman en los centros y formen parte de la comunidad educativa».
Pero ¿es positiva o negativa, esta incorporación de padres y madres en el proceso? Para Ahufinger, «es importante determinar en qué aspectos ha de intervenir la familia y en cuáles el espacio se ha de reservar al profesorado. Los padres y madres son y deben ser padres y madres: no debemos pedirles que también sean maestros». Ocurre también, según señala Nadia Ahufinger, que la falta de recursos en la enseñanza (escasa contratación, por ejemplo) provoca que las familias busquen «alternativas para dar respuesta a demandas incompletas y para luchar por conseguir derechos educativos de sus hijos e hijas no cubiertos por el sistema». Entre estas alternativas están, por ejemplo, las asociaciones de familias de niños con trastornos de aprendizaje, o las que reivindican que los colegios trabajen para una educación igualitaria y no sexista «frente a las crecientes corrientes ideológicas antifeministas que también entran en las escuelas», recalca.