Liderar siempre ha sido una tarea desafiante. Liderar escuelas es un desafío aún mayor, pero liderar centros educativos en tiempos tumultuosos en medio de una pandemia podría transformarse, para muchos, en un acto casi impracticable e imposible de materializar.
Son demasiadas las cosas que ha dejado en evidencia el Covid-19 en educación. Por una parte, cómo las diferentes condiciones de los estudiantes y sus familias han exacerbado las brechas ya existentes en nuestro país, tanto en el acceso a la información como en las oportunidades de aprendizaje. Por otro lado, la dificultad que existe entre familias y escuelas para tender reales puentes de entendimiento y trabajo. Esto último, evidenciado en la judicialización y radicalización de las posturas entre el pago por los servicios educativos versus el producto que se entrega por los mismos. Pero, sobre todo, esta pandemia ha permitido ver con claridad, el real manejo que han tenido los líderes educativos en tiempos de crisis, al interior de su comunidad.
John C. Maxwell, escritor y conferencista norteamericano, experto en temas de liderazgo, plantea que el acto de liderar se siente como un malabar constante dado los diversos frentes que se deben atender. Liderar centros educativos por estos días se percibe, efectivamente, como hacer malabarismo, sólo que ahora -en medio de la crisis sanitaria en la cual nos encontramos- a este acto circense que ya conocíamos, hay que agregar platillos chinos y bolas de fuego también.
Con la suspensión de clases y confinamiento debido a la cuarentena, los procesos de enseñanza y aprendizaje han debido ser rediseñados para el trabajo remoto desde los hogares, es decir, sin el necesario contacto físico y, en muchos casos, con serias dificultades para acompañar a los estudiantes y familias por problemas de conectividad y falta de insumos. Lo que solíamos conocer como buenas prácticas y procedimientos al interior de una escuela, de un momento a otro, se transformaron en procesos que deben ejecutarse y monitorearse a distancia. El modelo educativo sobre el cual basábamos nuestro paradigma cambió y, con él, la noción de liderazgo que hoy se requiere.
Podríamos elaborar un listado interminable de desafíos para los actuales líderes escolares, aquellos que guardan relación con la gestión técnica y socioemocional de todos sus estamentos, manejo de expectativas dicotómicas entre sus apoderados, frustración y cansancio del cuerpo docente y, en algunas ocasiones, desesperanza instalada en el seno de la comunidad. Sin embargo, quisiera centrarme en las oportunidades inherentes a todo proceso de cambio radical, pero, para hacerlo, propongo antes dos preguntas centrales: ¿Qué se entiende por liderar? y ¿liderar para qué?
¿Qué se entiende por liderar?
Existe consenso que liderar es influir. Y en contextos escolares, el liderazgo se traduce en la influencia ejercida al interior de una comunidad de manera constante y focalizada, con el propósito de mejorar las prácticas de enseñanza y los logros de aprendizaje de sus estudiantes. En términos generales, este tipo de liderazgo pedagógico o instruccional, tiene propósitos centrales, tales como: establecer objetivos educativos, planificar el currículum, evaluar a los docentes y la enseñanza y promover el desarrollo profesional docente.
Para lograr la concreción de estos propósitos, el liderazgo ya no puede asociarse a una práctica exclusiva del director, sino más bien, debe ser una característica propia de la organización.
Se trata, entonces, de influir para que otros puedan hacerlo. Desde esta perspectiva, entenderemos por liderazgo todas aquellas prácticas que realizan tanto los directivos como sus profesores de aula, buscando siempre, mejorar los logros de aprendizaje y la experiencia escolar de sus estudiantes.
Ahora bien, ¿liderar para qué?
En simple, liderar para ayudar a comprender que tenemos una oportunidad única como educadores. En tiempos en que la crisis sanitaria nos ha demostrado que lo que solía tener sentido para todos ayer, hoy ya no lo tiene más. De la misma manera que no tiene objeto alguno querer replicar la escuela física al interior de cada hogar, porque sabemos, (a pesar de todos los esfuerzos que podamos hacer), que la escuela no se puede -simplemente- trasladar. Entonces, la función del liderazgo hoy debe centrarse en la formulación de preguntas profundas, las mismas que rara vez hacemos en un año “normal”.
Hoy, tenemos la envidiable posibilidad de examinar nuestro currículum y ponerlo el servicio del desarrollo de habilidades para la vida, renunciando a la lógica de avanzar sin parar y a la memorización mecánica de datos para su posterior evaluación. Tenemos la oportunidad de generar aprendizaje contextualizado basándose en esta terrible crisis y promover una enseñanza interdisciplinaria, flexible y con miradas distintas, diseñando tareas simples pero desafiantes, las cuales nos ayuden a desarrollar la resolución de conflictos, el pensamiento crítico, empatía y conciencia social, utilizando lo que hoy vivimos como detonante. En resumen, tenemos la oportunidad de reescribir lo que hacemos y entendemos por misión educativa.
Para esto se necesita el liderazgo, para ser capaces de motivar e incentivar este tipo de cuestionamientos en toda la comunidad escolar. Necesitamos líderes a lo largo de cada escuela, que sean capaces de soplar juntos las brasas para encender nuevamente y –con más fuerza– el verdadero sentido de educar.
Como hemos visto, liderar al interior de un centro educativo es una tarea de alta complejidad. Por estos días la pandemia exige y tensiona aún más los procesos que de por sí son complejos. Pero cuando somos capaces de concebir al liderazgo como una oportunidad para que otros influyan y colaboren en la concreción de una visión compartida, sobre todo una que se centre en la oportunidad de reescribir la escuela, ahí y sólo ahí, nuestro acto de malabarismo no solo tendrá menos elementos que equilibrar, sino que contará con un profundo sentido, haciendo que todo nuestro esfuerzo, realmente valga la pena.
Fuente: Elmostrador.cl