En un informe de José Escamilla y Michael Fung, ambos especialistas del Tec de Monterrey, se señalan qué situaciones afectan la educación a escala global y cómo las instituciones deben prepararse para dar respuesta a estos hechos.
América Latina no estaba preparada para la cuarentena. El traslado de oficias y aulas a las casas en cuestión de días —dos o tres—, no sólo mostró un déficit en infraestructura y en el acceso a la tecnología, sino también, y, sobre todo, en la dificultad de los docentes para adoptar cambios y nuevas metodologías de enseñanza. América Latina no estaba preparada, pero asumió el desafío: a dos años del comienzo de la pandemia, la región está en medio de un proceso clave de transformación.
En un informe publicado en el volumen Educación en Colombia, llevado adelante por la ministra de Educación María Victoria Angulo, José Escamilla (director de Innovación Educativa del Tecnológico de Monterrey) y Michael Fung (director Ejecutivo Instituto para el Futuro de la Educación del Tecnológico de Monterrey) identificaron “cinco fuerzas de cambio que están impulsando la transformación de la educación superior y el aprendizaje a lo largo de la vida en el ámbito mundial”.
Las fuerzas del cambio
1. La tecnología. Dado que las instituciones estaban menos preparadas en este punto, hay una aceleración marcada en la digitalización, y los expertos ven cambio muy pronunciado en las siguientes décadas: “Desde los procesos administrativos hasta el aprendizaje y la enseñanza serán moldeados profundamente por el cambio tecnológico”. La cuarta revolución industrial va a transformar a las sociedades por completo y las instituciones educativas deben prepararse para un complejo proceso para replantear la oferta educativa y formar alumnos para que sean capaces de “desempeñarse en un futuro en el que los humanos y la inteligencia artificial van a interactuar de manera diaria y de modos que apenas podemos imaginar”.
2. Eventos catastróficos. Aunque imposibles de predecir, Escamilla y Fung son pesimistas en relación a la salud y la ecología. “Existe evidencia científica”, dicen, “de que algunos eventos serán más factibles y frecuentes”. El cambio climático, la contaminación, nuevas pandemias y otros fenómenos naturales van a tener un impacto en las instituciones educativas, que deben replantearse temas tan amplios como el uso de los espacios físicos, y, dicen los especialistas, “apostar por una mayor hibridez o incluso por largos periodos de participación a distancia”.
3. Volatilidad geopolítica. Los conflictos políticos y bélicos —como la invasión de Rusia a Ucrania— impactan en la sociedad y alteran las cadenas de abasto y las actividades industriales y financieras.
4. Cambios demográficos. En este apartado se pueden incluir las tasas de natalidad decrecientes, el envejecimiento generacional, una mayor demanda de recursos para la salud y las jubilaciones, la presión sobre las finanzas gubernamentales. “Es cierto que cada día vivimos más y mejor”, dicen los especialistas, “¿cómo educamos a las generaciones que están naciendo para experimentar una vida de cien años?; ¿cómo nos preparamos para vivir vidas más plenas?; ¿cómo financiamos el upskilling y el retraining constantes, que serán necesarios en el futuro?”.
5. Inequidad. La brecha de desigualdades en aspectos económicos y tecnológicos, de género, étnicos y de acceso se ha ido incrementando en las últimas décadas y, por su complejidad, seguirá presente en el corto y el mediano plazo.
¿Cómo responder a las fuerzas de cambio?
“Necesitamos”, dicen Escamilla y Fung, “mirar con atención el presente, de manera que el futuro no se convierta en amenaza, sino en alternativas”. Las universidades, como grandes casas de generación y transferencia del conocimiento, tienen un rol fundamental en el diseño de propuestas que impacten directamente en estas fuerzas de cambio, al convertirse en un “puente” entre los sectores público y privado, y el involucramiento de la sociedad. Para lograr eso deben:
– Poner al estudiante en el centro y dejar atrás la idea del docente como el “sabio del escenario”, y aumentar la interacción e involucrar a los estudiantes en su educación.
– Ofrecer flexibilidad en cuanto al qué, el cómo y el cuándo estudiar, pues ya es una demanda de los alumnos tradicionales y no tradicionales, y que un contexto de aprendizaje a lo largo de la vida no puede desestimar.
– Las universidades reinventarse para volverse más resilientes y mejor adaptadas a las necesidades de sus alumnos y de la sociedad, y deben plantear la idea de un currículum con el que nos volvemos socios formadores de nuestros estudiantes para el resto de sus vidas.
– También deben ofrecer modelos alternativos de formación (credenciales alternativas y microcredenciales), más cortos, efectivos y de menor costo.
– Las universidades forman ciudadanos, forman para la vida y el trabajo. Sin embargo, muchas veces descuidan esta segunda parte, la formación para el trabajo, por lo que se requiere una mayor conexión de las universidades con el mundo laboral.
– Las instituciones educativas deben de comenzar a preparar a los alumnos para un futuro en el que la interacción con la tecnología sea mucho mayor que la que existe actualmente. Para eso es necesario que ellos desarrollen las competencias del siglo XXI: pensamiento crítico, trabajo en equipo, alfabetización digital, resolución de problemas, etc. Todas estas habilidades son inherentes al ser humano y difícilmente podrán ser remplazadas por un algoritmo. Además, son muy apreciadas en el mundo laboral y muy importantes para el desarrollo personal.
– Incrementar la comunicación y la interacción con sus estudiantes y el resto de la comunidad, escuchando sus necesidades y adaptándose de manera acorde a ellas, no solo en cuestiones académicas, sino en cuestiones relacionadas con su vida personal, como la salud mental. Este último punto, que cobró una enorme relevancia durante la pandemia, debe seguir en las prioridades de las áreas administrativas, e incluir a la planta laboral, que también se ha visto y seguirá viéndose afectada por este tipo de problemas.
Fuente:Ifobae.com
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