La vuelta al cole de septiembre del 2020, y el curso 2020–2021, estuvieron marcados por los termómetros, las mascarillas, los grupos burbuja, medidas estrictas para las entradas y las salidas, recorridos marcados dentro de los centros educativos, ausencia de salidas y excursiones, y distancias de seguridad en todo y para todo.
Una situación que, aunque fue algo más tranquila el curso 2021–2022, supuso un gran esfuerzo para toda la comunidad educativa.
Han pasado ya (o sólo) tres años, y parece que el nuevo curso iniciado en septiembre se asemeja a los anteriores a la pandemia. Pero hay algo diferente: inicia su escolarización la “generación pandemia”, los niños y niñas nacidos durante el confinamiento.
Cómo ha afectado a los más pequeños
Hemos podido observar a lo largo de estos años cómo la pandemia y, sobre todo, su gestión han condicionado el aprendizaje de los alumnos, independientemente de su edad y estudios. El observatorio de los derechos humanos (Human Rights Watch) ya recogió en 2021 el impacto mundial que podía tener la pandemia en la educación.
Aunque ahora parece que la situación está normalizada, no debemos olvidar que un solo año en la vida de los niños más pequeños es mucho. Y esto se observa de manera especial en el curso que arranca este año.
Cuando nacieron los niños y niñas que en 2023 tienen 3 años, lo hicieron en una situación no sólo de pandemia, sino de un confinamiento extremo que supuso un gran aislamiento de los demás.
Cierto que permitió que, en la mayoría de casos, los primeros meses de crianza fueran de un acompañamiento más intenso que el que permite una baja de maternidad o paternidad. Pero también supuso que el contacto con otros familiares y amigos se produjera a través de unas pantallas y una conexión a internet.
Aparte del imprescindible contacto con sus padres y madres, no hubo miradas, interacciones, roces, caricias, el sabor salado del llanto, la vibración de la sonrisa y las voces, ni contacto con otros cuerpos, más allá del que ofrecían las pantallas.
Para colmo, en las guarderías y educación infantil se observaba ya desde hacía unos años un retraso globalizado en la adquisición del habla y en todos aquellos aspectos vinculados con la comunicación, como corrobora un estudio sobre los efectos de la pandemia sobre el desarrollo del lenguaje en los dos primeros años de vida. La creciente falta de autonomía de los niños y niñas empezaba a ser preocupante. Y se empezó a insistir en la necesidad de crear espacios compartidos entre el adulto y el niño. De pasar tiempo juntos.
El apego y otros hitos
La construcción del apego, alrededor de los 7 meses, es un hito importantísimo en el desarrollo de cualquier ser humano. Ese momento en el que el bebé llora cuando se separa de sus adultos de referencia es necesario para el correcto desarrollo, y se regula cuando comprende que no es abandonado, que el adulto volverá.
Un apego desorganizado es una de las causas de un mal funcionamiento posterior del niño con la sociedad. Durante la pandemia los padres pudieron compartir más tiempo en el mismo espacio físico que sus hijos: pero esto no garantiza que existiera la interacción necesaria con los niños para el desarrollo de este vínculo de forma segura y positiva; sobre todo cuando hubo que compaginar trabajo remoto, estrés y preocupación por otros familiares o la situación en general.
El estar juntos no asegura el vínculo si este “estar” se delega a un objeto como un ordenador, móvil o tableta. Y la generación pandemia nació, precisamente, en un momento en el que la invasión de la pantalla como sustituto del vínculo a las personas se estaba gestando.
No hay que olvidar tampoco que quien proporciona el contenido audiovisual y facilita su acceso en un inicio siempre es el adulto. Es importante ser conscientes de la responsabilidad que implica.
Recuperar la conversación
¿Estamos diciendo entonces que el acceso a las pantallas es dañino en sí mismo? No. Pero debemos tener en cuenta a qué edades se usan y cuáles son las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud] a este respecto. Para niños menores de 2 años nada de exposición a las pantallas; de 2 a 4 años, propone que el tiempo dedicado a actividades sedentarias frente a una pantalla no exceda de una hora, y a partir de los 5 años no pasar de las dos horas.
El niño, y después el adolescente, precisa de presencia acompañada de atención. La pandemia arrasó con todo en el 2020 y ha dejado innumerables secuelas en muchas personas. Pero una de ellas es corregible, “curable”: recuperar el tiempo dedicado a la conversación.
La pantalla y su uso durante la pandemia permitió el acceso a la información, acercó distancias y personas, y se adaptaron a las necesidades individuales, aliviando la situación de confinamiento… Pero requiere de la mediación de un adulto que intervenga en las interacciones del niño o niña con ella.
La realidad de los más pequeños se ha vuelto simultáneamente física y virtual y necesitan de manera imperiosa que los adultos expliquen, hablen, presten atención, interpreten lo que ellos ven… Mirar pantallas no debería ser una actividad solitaria.
Alerta y prevención
La generación pandemia y sus predecesoras (actualmente con dos y tres años) requieren de ayuda especial para poder superar unas dificultades contextuales que les sobrevinieron. La escolarización en la pequeña infancia, a partir de los dos años, les ayuda a conseguir crecer autónomos en compañía y en convivencia con los demás.
Todo nos invita a estar alerta con esta nueva generación. Una alerta que nos mueva a la prevención, al refuerzo de aquellos aspectos que fomenten la autonomía, la intención comunicativa, el lenguaje y el completo e integral desarrollo de futuros adolescentes que serán adultos.
Ser conscientes de las dificultades contextuales con las que se han incorporado al mundo es crucial para acompañarles en su crecimiento.
Fuente: Sylvie Pérez Lima / theconversation.com