Jueves, 8:30, clase de inglés. Después de la plegaria de todas las mañanas, hoy le toca a Jemima, de 14 años, hablar sobre el tema que ella misma eligió ante una quincena de compañeros.
Muy animada, cuenta lo mucho que le gustó «Eleanor & Park», una novela de la estadounidense Rainbow Rowell que acaba leer. Trata de dos adolescentes inadaptados que se enamoran.
No tiene límite por reloj para hablar. Cuando acaba, los otros alumnos y la maestra le dan feedback también en inglés. «Tu vocabulario es excelente», opina la profesora. «Lo hiciste muy bien», coincide su compañera Sira (14), «pero hubiera sido mejor que hablaras más lento para que el resto de la clase te entendiera mejor». Jemima asiente.
El ambiente es distendido. Elocuentes, los adolescentes se expresan sin temor de decir lo que piensan. Parecen seguros de sí mismos, motivados. Mesas y sillas forman un círculo para que docentes y estudiantes se mezclen y estén al mismo nivel.
Luego los jóvenes se ponen a trabajar cada uno en lo suyo, en los temas que escogieron. Jemima completa su examen de inglés; optó por hacerlo ahora porque cree estar lista para enfrentar el desafío. Sira se sienta a leer sobre Londres, una ciudad que quiere visitar. Y así los demás, todos con material que les proporcionó la maestra.
Esta libertad y autoconfianza es producto de una institución única de la que muchos hablan en Alemania, porque ha puesto de cabeza la educación tradicional.
La Escuela Evangélica Berlín Centro (ESBZ, por sus siglas en alemán), situada en el histórico, diverso y progresista barrio de Mitte, en el ombligo de Berlín, impulsa una revolución en un sistema de enseñanza que los críticos consideran demasiado estructurado y obsoleto para las demandas del siglo XXI.
En este colegio secundario no se imparten clases a la vieja usanza ni hay un cronograma estricto. Los alumnos deciden qué temas quieren estudiar en cada lección y cuándo desean realizar las pruebas.
«Queremos ser la punta de lanza de la transformación de la educación en Alemania», le dice a BBC Mundo la directora de la ESBZ, Caroline Treier.
«Nuestra intención es reinventar la escuela. Buscamos una enseñanza más centrada en el individuo, en su desarrollo como persona autónoma y responsable; una educación menos rígida y que prepare mejor a los jóvenes para un mundo que cambia rápido y constantemente. El futuro requiere que seamos más flexibles«, asegura.
«Si la economía pone al cliente en el centro, ¿no debería la educación hacer lo mismo con el alumno?».
«Me siento bien con esta autonomía»
Cuando se fundó en 2007, la ESBZ tenía apenas 16 alumnos y pocos creían en el experimento. Sin embargo, su enfoque pionero ha tenido tanto éxito que hoy, tan sólo una década después, cuenta con 645 estudiantes y con una larga lista de espera para ingresar a ella (hasta ocho interesados por cada cupo).
Además, cerca de 50 colegios de Berlín y del resto del país están tratando de imitar la idea.
El edificio de la ESBZ es una analogía de su propuesta educativa dentro del sistema de enseñanza alemán: la escuela opera en una construcción vieja, deslucida, pero que coloridos grafitis revitalizan por dentro y por fuera.
«Necesita arreglos urgentes, pero es cool, ¿no?», expresa Treier sonriendo. Su alumnado tiene entre 11 y 20 años.
Alemania está en busca de nuevos modelos que renueven su educación -mayormente pública-, a la que cada vez más docentes y pedagogos califican de formulista. No obstante, como cada uno de los 16 estados federados puede diseñar su propio sistema de enseñanza, ha habido margen para crear algunas Freie Schulen («escuelas libres«).
Pero ninguna de ellas ha llegado tan lejos como la ESBZ, ni tiene su reputación.
En el colegio de Berlín, las clases comienzan a las 8:30 y terminan a las 16. Hasta aquí la formalidad, porque el plan de estudios puede parecer una pesadilla para cualquier padre acostumbrado a la educación tradicional.
«Hay un número reducido de materias fijas«, nos explica Treier. Y las enumera: matemáticas, alemán, inglés, ciencias naturales y sociales, historia y geografía, proyectos de investigación.
En cada una de ellas los maestros proponen temas amplios que consideran importantes o actuales (por ejemplo: el cambio climático en ciencias; en historia, el rol de la mujer, o los Objetivos del Milenio en proyectos) y luego cada alumno decide cada día qué quiere estudiar específicamente dentro de ese marco.
«Ellos son personas diferentes, tienen diversos intereses, destrezas y requerimientos. Nosotros reconocemos eso y tratamos de orientarlos y a la vez darles el espacio, el tiempo y los materiales que necesitan para desarrollarse como individuos», agrega la directora.
«A mí me hace feliz poder escoger lo que quiero estudiar y hacerlo a mi ritmo. No me gusta cuando el maestro se para delante de la pizarra y me cuenta cosas de las que no tengo la menor idea y que se supone debo saber», le dice a BBC Mundo Konstantin (11), quien hoy optó por saber más sobre algoritmos en matemáticas.
Sofia (14), a quien le interesa todo lo social sea en la materia que fuere, acota: «Yo también me siento bien con esta autonomía. Nosotros nos hacemos las preguntas y tratamos de responderlas, y además podemos opinar libremente».
«Esto funciona muy bien para mí, me motiva mucho, pero quizás no suceda lo mismo con otros alumnos«.
Sin notas
En la ESBZ, los exámenes son «a demanda» (salvo los que exige el Estado al final de cada ciclo lectivo). Según Treier, a los estudiantes se les pide que se hagan la siguiente pregunta antes de dar ese paso: ¿tengo ya los conocimientos y las destrezas necesarias para ponerme a prueba?
«Esto motiva mucho a los alumnos a mejorar y a demostrar sus competencias, y sobre todo les quita el terror a las evaluaciones», asegura la directora. «Y a los que tardan mucho en pedir un examen se les da apoyo para que se animen».
La calificación no es con las tradicionales notas.
A cada joven se le da un certificado o se le hace un comentario verbal. El maestro le dice cuáles son sus fortalezas, qué debe mejorar y le da algunos consejos.
«Nuestro feedback es cualitativo, no cuantitativo«, apunta la docente Jette Ahrens. «Mi función como profesora es que el estudiante comprenda bien en qué situación se encuentra, para que le vaya mejor la próxima vez. Un número difícilmente ayude en este sentido».
Claro que la falta de notas no conforma a todos en la ESBZ.
La alumna Karla (14) nos dice: «A muchos acá les gusta que no haya calificaciones como en las otras escuelas. Los certificados y los comentarios son bonitos, claro, pero yo creo que las notas son más claras si quieres saber dónde estás exactamente y cuánto te falta progresar».
Política de puertas abiertas
Además de permitirles armar su propio plan de estudios y su cronograma, a los estudiantes se los incita a tener experiencias fuera de la escuela.
Dentro de un programa llamado «Responsabilidad», salen unas horas a la semana a realizar una «actividad comprometida» desde el punto de vista social o ecológico; por ejemplo, ayudar en un centro de refugiados o en un centro de reciclaje.
«Así aprenden desde muy temprano que forman parte de una sociedad en la que hay problemas y que pueden ser agentes de cambio», le explica a BBC Mundo Treier.
También tienen la opción de participar en una iniciativa llamada «Challenge», en la que ellos mismos deben organizar un viaje de aventuras de tres semanas, para el que la escuela les da 5 euros diarios para gastos.
Por ejemplo, un grupo de estudiantes se fue a recorrer el norte de Alemania en bicicleta. Otros volaron a Estrasburgo, Francia, para actuar como músicos callejeros y recolectar dinero para un proyecto escolar. Y otros se fueron a trabajar a una granja o a una obra en construcción.
«Estas experiencias te hacen descubrir otros mundos y te enseñan a no dar todo por sentado. Tienes que organizarte, salir a buscar comida, responder ante imprevistos», le dice a BBC Mundo Jochen (13), uno de los alumnos que participó en la travesía en dos ruedas.
Un reto para los profesores
Está claro que la ESBZ quiere formar personalidades fuertes, independientes.
Pero para los docentes esto representa un gran desafío: ¿cómo estar bien preparados cuando los alumnos eligen sus propios temas?, ¿qué hacer para evitar que la libertad se transforme en descontrol?, ¿cómo lograr disciplina en un ambiente con pocas reglas?
Por eso, a los directivos les ha costado conseguir maestros que se adapten a los métodos pedagógicos de la escuela, donde profesores y alumnos son casi pares.
La docente Amélie Frank le confiesa a BBC Mundo que trabajar en un lugar donde los estudiantes tienen un rol tan preponderante ha requerido «malabarismos» de su parte: «Cómo profesores nos obliga a averiguar bien sus intereses, diversificar nuestros conocimientos y mantenernos actualizados», afirma.
«Además, cuando los alumnos tienen tanta autonomía hay que buscar constantemente nuevas maneras de motivarlos, de relacionarse con ellos«.
Por su parte Maximilian Himmler, uno de los maestros que coordina talleres de discusión, admite que para él una de las cosas más difíciles es preservar el equilibrio entre libertad y disciplina.
«Nosotros fomentamos una cultura de confianza más que de control», asegura. «Y cuando algún alumno se aprovecha del sistema [para hacer poco], debemos aceptarlo. Uno a veces se enfada como profesor, pero al final siempre sale algo positivo de todo ello: el ejemplo de los otros hace que el estudiante se encamine».
Claro que en un ámbito donde domina la espontaneidad incluso puede llegarse al desorden y la mala conducta. Himmler recuerda cuántas veces tuvo que gritar muy fuerte «¡Silencio!« para que los estudiantes dejaran de hablar todos a la vez.
«Y cuando hay un caso de mal comportamiento, como acá promovemos el diálogo casi todo se puede solucionar con una conversación honesta», completa.
De todos modos la directora, Caroline Treier, reconoce que el manejo de la disciplina es un asunto no resuelto en la ESBZ: «Estamos realizando talleres y consultas para tratar de definir parámetros de comportamiento sin traicionar los principios básicos del colegio. Es difícil porque entramos en una zona inexplorada».
Cómo profesores nos obliga a averiguar bien sus intereses, diversificar nuestros conocimientos (…) hay que buscar constantemente nuevas maneras de motivarlos»
Amélie Frank, profesora
¿Aptos para el mercado laboral?
Siendo una «escuela libre», la financiación de la ESBZ es mixta. Recibe una subvención del Estado y los alumnos pagan entre 50 y 500 euros por mes, según su situación económica.
Muchos de los estudiantes provienen de familias progresistas de Berlín con buen pasar.
Pero muchos otros, también, pertenecen a núcleos desfavorecidos tanto de alemanes como de extranjeros. Un 10% de los alumnos son refugiados que han llegado de países en guerra de Medio Oriente por la política migratoria de puertas abiertas de Alemania y casi no hablan el idioma local. Todos ellos reciben apoyo estatal para ir al colegio.
Esta diversidad de situaciones -y de niveles- no ha impedido que la ESBZ se ganara la fama de ser «la escuela más promisoria de Alemania».
Su rendimiento la respalda: este experimento pedagógico ha conseguido muy buenos resultados en la evaluación nacional de instituciones educativas. En los últimos años ha logrado ubicarse en lo alto de la clasificación de mejores secundarias de Alemania.
Eso en cuanto al presente. Porque el futuro genera algunas dudas, en particular las oportunidades para los alumnos que se gradúan en este colegio.
Varios expertos en Alemania se preguntan si tanta autonomía puede dificultar la inserción y la adaptación de estos jóvenes a un mundo laboral que suele estar estructurado: Alemania es un país de grandes corporaciones y medianas empresas.
«Los estudiantes tienen libertad, sí, pero también una estructura«, se apresura a aclarar Treier, diferenciando su propuesta educativa de métodos alternativos -y quizás más libres u holísticos- como Montessori y Steiner. «Nosotros les damos ambas cosas: tienen autodeterminación, pero dentro de una sólida orientación».
La directora no cree, asimismo, que el modelo de la ESBZ sea perjudicial para encontrar empleo.
Según explica, la filosofía detrás de la ESBZ apunta más bien a lo contrario: a medida que los requerimientos del mercado laboral cambian y los smartphones e internet transforman la forma en que se procesa la información, lo más valioso que la escuela les puede ofrecer a los jóvenes es entrenarlos para que sepan «automotivarse«.
«La misión de un colegio progresista como el nuestro es preparar a los adolescentes para hacer frente al cambio, o mejor dicho, para que busquen el cambio. En el siglo XXI la educación debería dedicarse a desarrollar individuos sólidos«, opina.
Con todo, la mayoría de los alumnos con los que hablamos dicen que aún no tienen idea de qué carrera o profesión seguirán tras finalizar la secundaria, aunque sí se muestran optimistas sobre su futuro, al que consideran prometedor.
Ni siquiera la muy lúcida Jemima sabe que hará después de la escuela. Pero, como ocurre con muchos de sus compañeros, la incertidumbre no parece provocarle ansiedad.
«Si quieres en unos años te cuento qué fue de mi vida«, promete sonriendo, y sale corriendo a su casa porque acabó la jornada. Mañana investigará otro de «sus» temas.
Fuente: BBC
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