La pedagoga Sonia Díez publica «Educacción», su manual para luchar por el cambio educativo en un sistema obsoleto
«La educación es el resultado de la instrucción más la formación de la personalidad». Así resume José Antonio Marina una de las etapas más importantes en la vida de cualquier pesona y que, sin embargo, a tan poca gente importa. En el ámbito político, la educación vuelve a estar sobre la mesa con cada cambio de gobierno. Desde la Transición, España ha pasado ya por ocho leyes educativas diferentes, y según los expertos, ninguna está adaptada a las necesidades del complejo mundo actual.
La cuarta revolución industrial no está llegando al sistema educativo español, cuyos indicadores de desmotivación entre alumnos y profesores, abandono escolar y desempleo, son cada vez más altos. Fruto de esa falta de acción nació «Educacción: 10 acciones apra el cambio que nuestros hijos merecen y necesitan» (Planeta en Ediciones Deusto y 100% solidario a favor del Padre Ángel – Mensajeros de la Paz), un libro escrito por la profesora, psicóloga, y directora de colegio Sonia Díez. Durante la presentación de su segunda edición en Madrid, tanto ella como el que confiesa, ha sido su gran maestro, el filósofo y pedagogo José Antonio Marina, pusieron en relieve algunos de los problemas que sufre el sistema educativo español. «Había cosas que ni siquiera nos cuestionábamos que podíamos hacer mejor. Simplemente no se hacían por egoísmo», defendió la autora.
Desde un punto de vista práctico, la educación debe ser que los niños «aprendan a actuar bien, porque el aprendizaje es activo y por eso la sociedad necesita una evolución educativa», cuenta Marina. Sin embargo, es muy difícil que esta se produzca si «solo interesa a los padres que tienen hijos en edad educativa». Según el último barómetro publicado por el CIS, tan solo 5 de cada 100 encuestados se sienten preocupados por el sistema educativo.
En palabras de Díez, uno de los mayores problemas es que «tenemos poco claro hacia dónde queremos ir. Parece que siempre es otro el que tiene que encargarse de ellos, y por eso mismo hay que plantearse para qué educamos». Resulta revelador que «cada uno de los miembros de la comunidad educativa tengan una queja: los padres están asustados, pero también los directores, los profesores, la Administración, los divuladores…. si todos estamos a disgusto, ¿por qué no hacemos nada para cambiar esta realidad?», se pregunta.
A pesar de ello, Marina reconoce que «en este momento tenemos la mejor escuela que hemos tenido nunca, pero no es lo suficientemente buena para un mundo tan complejo como el actual». Y quizá por ello se muestra optimista al afirmar que «podemos tener un sistema educativo de alto rendimiento en 5 años, dedicándole el 5% del PIB, cifras que ya hemos tenido y que actualmente se sitúan en el 4,2». Uno de los mayores problemas que reconoce en el sistema actual es la ideologización que se arrastra desde el siglo XIX y que «no hemos tenido buenos gestores educativos». En esa línea, insiste en que lo que «los niños van a tener que luchar muchas batallas, y nosotros debemos enseñarles cómo hacerlo, pero las batallas serán suyas».
Un gran reto
En cuanto a la capacidad de la escuela de formar a futuros trabajadores del sistema, Díez destaca que «los trabajos del futuro aún no se han inventado o requieren otras destrezas que ya no son las que se aprenden en el colegio». Con el desarrollo tecnológico, los profesores caminan, según la profesora, hacia una proletarización de su trabajo, «porque lo van a poder hacer igual (o mejor) las máquinas», y justo por eso mismo, los profesionales deben darle «un valor añadido a su función docente». Para ella, el profesor vive una vida profesional de aislamiento: «Se les asigna una asignatura y una etapa de escolarización para toda su vida. Es una carrera plana, poco motivadora, en la que dan igual los méritos, pues nadie evalúa la evolución de tu trabajo».
Si algo cree Díaz que ha ocurrido en la educación y que ha ahondado en la crisis del sistema es que haya perdido «el vínculo con el gozo intelectual, porque cuando uno disfruta, quiere más. El problema es que el sistema acaba cortando las alas. Ahora sabemos que no necesariamente hay una correlación entre los estudios y el ámbito profesional», comenta. «Cuando los niños empiezan la escuela quieren aprender, cuando terminan, aprobar. Estamos sometiéndolos a una serie de entrenamientos que no son tan naturales», apunta la psicóloga. En este sentido, Marina pone como ejemplo el uso -cada vez más avanzado- que hacen los niños del teléfono móvil, y se pregunta «quién los ha enseñado a manejarlos así»: ha sido su deseo por conocer. Así que, «si los niños no aprenden, es que no enseñamos», y por eso recela de aquellos profesores que se encuentran «blindados» en sus aulas: «El mayor disparate».
Con todos estos temas sobre la mesa, Díez, sin embargo, es optimista. Para ella, son los padres más informados los que están viendo «que no tienen mucho sentido algunas cosas que están pasando con sus hijos», y reclama la necesidad de exigir libertad para elegir escuela, basada en su proyecto y en cómo lo lleva a cabo cada centro. El objetivo será, así, reducir la actual brecha que separa a la familia y a la escuela.
Para concluir, esta activista educativa da un consejo a los padres a cerca de la elección de centro educativo: «Yo creo en la coherencia. El mejor colegio para tu hijo es aquel que se adapta a aquello a lo que tú eres coherente. A partir de ahí, tienen que contribuir con lo que saben».
Fuente: abc.es