Mientras su primogénito de nueve años conjuga verbos en francés con un profesor particular, Emily Bradley guía a su hijo de tres años por los meandros de la elocución sin dejar de vigilar a su hija que se devana los sesos con un problema matemático.
Ninguno de sus cuatro hijos fue jamás a una escuela. Y tiene la intención de que las cosas sigan así, buscando personalizar su educación y dándoles una dimensión cristiana. Alrededor de 1,8 millón de niños estadounidense se escolarizan en sus domicilios, una modalidad que ya se extendía antes de la elección de Donald Trump, pero cuyo enfoque podría seducir a un mayor número tras el nombramiento de la muy controvertida Betsy DeVos como secretaria de Educación.
“No creo que el sistema educativo estadounidense sea muy bueno. Yo lo puedo hacer mejor”, estima Emily Bradley, de 36 años. No es pro-Trump pero considera que el presidente “está a favor de las alternativas a la educación” que propone DeVos.
Su prole participa todas las semanas con otras veinte familias de Washington que se escolarizan en sus domicilios en cursos que ofrecen “una visión bíblica del mundo”. En el vecino estado de Virginia, alrededor de 350 familias adoptan prácticas similares y enriquecen su programa domiciliario con cursos de enseñanza -laicos- en el Compass Homeschool Enrichment.
Esas clases pretenden disipar las frecuentes críticas a la educación a domicilio: que limita la socialización de los niños y que los más grandes necesitan cursos profesionales en materias especializadas.
Cerca de 3,4% de los alumnos estadounidenses recibieron cursos en sus casas en 2012, según el Centro Nacional de Estadísticas de la Educación. Es decir más del doble que en 1999.
Si muchos precursores justificaban su opción por la educación domiciliaria en motivos religiosos, las tres cuartas partes de las familias alegan hoy su insatisfacción con las opciones escolares disponibles.
‘Beneficios incontables’
La educación a domicilio tiene diferentes marcos según el estado del país, pero en general carece de una supervisión rigurosa. Menos de la mitad de los cincuenta estados exige una evaluación de los alumnos, según el sitio ProPublica. Alrededor de un tercio de los estados no exige materias obligatorias a enseñar y la mayoría no dispone de medios para verificar que los padres respetan las reglas impuestas.
Los críticos temen las lagunas en el aprendizaje de los niños o incluso que sufran maltrato. “Hay una responsabilidad de la sociedad sobre todos los niños. No creo que eso descarte la escuela a domicilio como opción, pero pienso que tenemos la responsabilidad de asegurarnos de que los padres hacen bien las cosas con sus niños”, comentó Christopher Lubienski, especialista en políticas educativas en la Universidad de Indiana, quien se manifiesta “preocupado” por la desregulación.
Betsy DeVos se ganó la ira de algunos por su defensa de la libertad de elección en la escuela, que prevé incluso la entrega de fondos federales a familias que abandonan la escuela pública. Actualmente el gobierno no ayuda financieramente a la educación a domicilio y por el momento no hay ningún proyecto de ley en ese sentido.
Kristin Yashko, de 47 años, frecuenta el programa Compass con sus tres niños. El resto de la semana ella es su profesora. “Los beneficios son incontables”, afirma. “Simplemente pensé que podíamos hacerles vivir una mejor experiencia”.
Aldrin, su hija de 13 años, califica su jornada habitual de “bastante cool”. Hace matemáticas, lee el diario, estudia varias lenguas extranjeras, mira documentales.
‘Pequeño grupo privilegiado’
Esta adolescente prevé ir a la universidad, porque “experimentar una estructura escolar podría estar bien”. Su madre confía en las perspectivas universitarias de sus hijos. “Las universidades buscan más bien niños que vienen de los caminos trillados”, dice, pero ella cree que sus hijos están realmente preparados para el mundo del trabajo”.
Como todas las familias, las que defienden la educación a domicilio pagan impuestos para financiar la escuela pública. La manzana de la discordia para algunos. No para Kristin Yashko, quien se dice “encantada de hacer su contribución” porque “queremos una población educada”. “No creo que la educación a domicilio sea conveniente para todos”.
Una opinión compartida por Emily Bradley, quien abandonó una carrera de leyes para educar a sus hijos: “Reconozco que probablemente nosotros formamos parte de un pequeño grupo de privilegiados”.
La gran mayoría de los que hicieron esta opción son familias blancas, aunque en los últimos años han aumentado las familias afrodescendientes. Bradley reconoce que desescolarizar a sus niños no contribuye a mejorar la escuela pública. Pero “no creo que sea correcto que alguien, incluido el gobierno, pida a las familias que sacrifiquen lo que creen que es mejor para sus hijos para mejorar un sistema defectuoso”.
Fuente: Elcomercio.com