El patio es un espacio fundamental de las escuelas e institutos. Es probable que cuando pensemos en los juegos o actividades que realizábamos en ellos, estos tengan mucho que ver con el tipo de espacio que eran: si tenían suelo de cemento y las pistas de fútbol o baloncesto lo ocupaban todo o bien había árboles o arbustos, tierra, lugares para sentarse y espacio para correr o esconderse.
Precisamente porque tener acceso a vegetación, tierra o agua modifica tanto nuestra actividad en este espacio, y porque muchas escuelas urbanas se construyeron sin tener en cuenta estas necesidades, la “renaturalización” de los entornos y espacios escolares se abraza como una estrategia para mitigar el llamado trastorno por déficit de naturaleza en la población infantil urbana.
Además, los patios “vivos”, como se conocen, contribuyen a la adaptación urbana al cambio climático. Varios estudios, entre ellos el proyecto COOLSCHOOLS, señalan otros muchos beneficios de los patios vivos: incremento de la biodiversidad urbana, acceso más equitativo a la naturaleza, mejora del bienestar y relaciones sociales, desarrollo cognitivo, reducción de las desigualdades de género y nuevas oportunidades de aprendizaje.
Sin embargo, no todas las intervenciones logran generar estos beneficios. Existen al menos cuatro condiciones relevantes a considerar en su diseño, ejecución y seguimiento.
1. Visión holística de la transformación
Cuando decidimos transformar el patio de nuestra escuela o instituto, es importante tener dos prioridades. La primera es que el objetivo final de esta transformación sea siempre el bienestar y el desarrollo del alumnado: cubrir sus necesidades de aprendizaje, juego y confort térmico. Y la segunda que tenemos que trabajar colaborativamente con la administración local, equipos de arquitectura y especialistas en salud púbica hacia una visión común y holística. Se puede empezar preguntando al alumnado sobre un mapa del patio, qué lugares preferiría usar para correr, escalar y descansar, sentarse a dibujar, observar y jugar con plantas, arena, insectos o agua, etc.
Es importante que todos los participantes en este diseño entiendan que naturalizar el patio no implica únicamente poner nuevos elementos como árboles o fuentes, sino diseñarlo como un espacio de aprendizaje escolar y gestionarlo como una oportunidad pedagógica. Es un aula más a tener en cuenta en el “proyecto educativo” del centro (el documento esencial que guía al centro educativo en la definición de sus valores, objetivos y prioridades).
También es clave mejorar la confianza y motivación de los docentes en torno al aprendizaje al aire libre, para lo cual se requiere más formación universitaria y continua sobre cómo enseñar fuera de las aulas y reconocer formalmente que las actividades educativas en el patio transformado son parte del currículo. Por ejemplo, el énfasis en la educación ecosocial de la nueva ley de educación española es un apoyo indiscutible hacia esta transición.
2. Proceso de cocreación inclusivo y continuo
Un patio vivo se nutre continuamente de las relaciones sociales que lo rodean y cuidan. La participación activa de alumnos, docentes y otros colectivos que gestionan o usan el patio favorece la apertura de miras al crear las propuestas de rediseño, resultando más innovadoras.
Para lograr propuestas transformadoras siempre es necesario contar con un “facilitador” que guíe las discusiones y acuerdos hacia la reducción del cemento o asfalto y su reemplazo por materiales permeables como vegetación o tierra, diversificando el juego y aumentando el área de sombra.
Una vez ejecutada la propuesta, la comunidad educativa debe seguir implicada en el mantenimiento del nuevo patio, recibiendo el apoyo técnico y financiero de las instituciones competentes.
La inclusión también supone dejar de tratar la naturaleza como un objeto y ofrecerle una entidad propia. A través de actividades educativas en el patio que reconozcan el papel de la naturaleza como coeducadora, promuevan la interacción directa del alumnado con el mundo natural, y fomenten valores ambientales. Estas actividades también mejoran el bienestar físico y emocional del alumnado y su sociabilidad, reduciendo conductas agresivas.
3. Evaluación de impacto
Para mayor transparencia y mejor aprendizaje colectivo, es necesario que exista una evaluación periódica de los efectos del patio vivo. Podremos así identificar aciertos y fallos para ajustar las intervenciones. Se trata de invertir en aquellas soluciones más efectivas. En este sentido es clave que exista un diagnóstico del estado inicial antes de actuar.
Además de los muy necesarios estudios científicos, existen herramientas de sencilla aplicación. El Green Schoolyard Evaluation Tool, desarrollado en centros educativos holandeses, propone cinco elementos para que los patios transformados mejoren el desarrollo infantil, la resiliencia climática y la biodiversidad: vegetación, diseño, juego y aprendizaje, agua y hábitat para fauna. Puede adaptarse a las realidades de otras ciudades para ayudar a escuelas, arquitectos y técnicos municipales en el diseño de patios y entornos escolares.
Visualizar si una intervención ha funcionado para el objetivo con el que fue diseñada forma parte indiscutible de su éxito.
4. Diseño pensado para la vida
Transformar un espacio inerte o excesivamente pavimentado en un espacio de relaciones, biocéntrico, biodiverso y resiliente comporta el rediseño de un sistema complejo. A través de la permacultura se incluye el cuidado de las personas y de la tierra. La escuela es un elemento más de un sistema mayor: el barrio, la ciudad, el mundo… esta es la visión de las ciudades salutogénicas y la base de programas como Patios x Clima en Acción, un proyecto piloto en escuelas de Barcelona.
No existe una receta infalible para crear patios vivos, ya que cada centro educativo tiene unas características, está en un ambiente y contexto y presenta unas necesidades diferentes. Pero si tenemos en cuenta estas pautas, podremos recuperar en nuestras escuelas el vínculo del entorno urbano con la naturaleza.
Fuente: Isabel Ruiz Mallén, Filka Sekulova y Mònica Ubalde López / theconversation.com