En todos los procesos formativos y ejercicios profesionales, tenemos la obligación ética, moral y fundamentalmente científica, de propender a la unidad del conocimiento. Lo que existe hasta ahora, de forma privilegiada, es el manejo sesgado, atomizado, unilateral o fraccionado de este, propiciando en esa misma línea, una mirada o enfoque sesgado, atomizado, unilateral o fraccionado de la realidad.
Bajo este presupuesto conceptual y funcional, cada campo del conocimiento científico se desempeña solo y aislado, no permitiéndole afrontar las dificultades de toda índole que rebasan sus linderos. Es entonces cuando se vuelve muy complicado entender la relación dialéctica entre las concepciones holísticas y holográficas de la realidad, la naturaleza multidimensional de los fenómenos y del comportamiento humano.
En el terreno de la educación y la cultura, sí bien, Nohl (1879 -1960) afianzó las bases científicas de la educación al considerar a la Pedagogía como una ciencia autónoma, en nuestro país, aún y por mucho tiempo después, e incluso en la actualidad, se sigue atendiendo a la concepción mutilada de la Pedagogía y con ello de la Didáctica, al negarlo por desconocimiento, su carácter científico.
En ese sentido, el ejercicio profesional de la educación, como si se encontrara en aparente desventaja, como se aprecia en la educación secundaria y superior, donde el docente se encuentra encerrado y preso de su “especialidad”.
Los antecedentes históricos de las instituciones orientadas a la formación de los maestros hacen referencia de su ligazón al desarrollo y organización de los sistemas nacionales de educación. Así tenemos por ejemplo que “los estados europeos, tras las guerras napoleónicas y a lo largo de todo el siglo XIX, asumen entre sus objetivos la implantación, tutela y control de los sistemas de escolarización de la población infantil, como mecanismo de culturización del nuevo orden liberal burgués y de afirmación frente a los poderes pedagógicos de la sociedad del antiguo régimen, encarnados fundamentalmente en la Iglesia” (1).
Durante todo el tiempo, desde antes de la misma fundación de la escuela formal, existieron educadores que hicieron esfuerzos grandes para sistematizar la faena educativa; para explicar desde su perspectiva, la naturaleza científica, los procesos y resultados finales del hecho educativo. Pero ello se dio fundamentalmente en Europa, ya que, a diferencia de nuestro país, aproximadamente un siglo antes, en 1732 en Alemania se creaba de manera oficial la primera Escuela Normal, estableciéndose en casi todos los Estados alemanes centros similares a lo largo del siglo XVIII.
Entonces es cuando se revisa el capullo floral de singulares ideas y planteamientos emergidos por la preocupación histórica de los pueblos por la educación de su gente. Europa desde hace tres siglos, era un hermoso centro de gran discusión y debate por la educación y ponía en tapete estas y otras propuestas. En nuestro país, el primer debate se dio recién a inicios del siglo XX entre Alejandro Deústua y Manuel Vicente Villarán, pero no por concepciones sobre pedagogía, sino por elementos más políticos y sociales, como la disyuntiva de quienes deben tener derecho a la educación.
Y así se desenvolvía la educación intentando responder a las exigencias de cada época.
Está claro entonces que la educación ha desempeñado, desempeña y desempeñará un rol vital en el desarrollo de las sociedades, pero que lamentablemente aún estamos lejos de gozar de la verdadera libertad, de justicia y de paz.
Se resume entonces que, a lo largo de la historia, fuimos participes de una educación que ha privilegiado el uso de un método de enseñanza caracterizado por ser memorista, conductista, sin una real contribución a la humanización del hombre, careciendo por tanto de significatividad y haciendo de la función pedagógica del maestro, un hecho que margina el verdadero sentimiento humano por aprender.
La exigencia o reto es tácito. Necesitamos nuevas propuestas que respondan con creces al encargo social por la educación, y ello implica asunción de compromisos autodisciplinarios por elevar los niveles formativos y de planificación de los docentes. En ese sentido, el éxito por una educación que propenda a la formación integral del educando, a hacer del desempeño pedagógico, un acto verdaderamente humano, y comprender para manejar el currículo, desde la transdisciplinariedad del conocimiento, porque la unidisciplinariedad, nunca fue suficiente para entender el mundo donde vivimos.
(1) Agustín Escolano Benito: Las escuelas normales, siglo y medio de perspectiva histórica. Universidad de Valladolid, España.
Autor: Dr. Wilter Aro Fasanando
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