Ser creativos o morir. Este ha sido el dilema que se ha planteado la humanidad en momentos críticos. La creatividad es la capacidad que nos ha hecho afrontar y superar retos desconocidos y llegar hasta aquí.
El inicio de nuestro Universo (Big Bang) es un acto creativo de materia y energía, en constante expansión y complejificación en el espacio y el tiempo. Y, como el gran neurocientífico Antonio Damasio ha recordado en su libro El extraño orden de las cosas, muchas dimensiones creativas que creemos humanas aparecen ya desde el origen mismo de la vida en seres unicelulares.
No somos tan originales ni exclusivos como creíamos, aunque tampoco conocemos cotas más elevadas de creatividad que las humanas.
Ahora nos encontramos en una encrucijada más radical que cualquier otra conocida previamente, en el horizonte de una transhumanización, de una transformación profunda que hibrida lo cibernético y lo orgánico, en una era que –por el negativo impacto de lo humano– se ha llamado antropoceno.
Pero creemos con Hölderlin que “allí donde surge el peligro crece también lo que nos salva”. Si somos capaces de reconocerlo y afrontarlo desde nuestra capacidad creativa. De ella depende nuestra vida y su calidad, tanto individual como colectivamente.
La creatividad nos salvará
Las difíciles circunstancias actuales han marcado un antes y un después en el horizonte de 2020, que exige transformaciones muy profundas con altas dosis de creatividad y plasticidad.
La indagación científica, los avances biotecnológicos, la reactivación económica o la reorganización política y social requerirán creatividad e innovación, valor y generosidad.
Pero las dinámicas y procesos educativos, de los que depende el mundo de la vida a corto, medio y largo plazo, exigirán el mayor cuidado, atención y consideración para que la creatividad sea el impulso mayor de cada ser humano, desde sus años iniciales hasta la actualización permanente que la educación requiere.
Educarnos es alimentar nuestra mente, y estamos en dicho proceso desde antes de nuestro nacimiento hasta los últimos instantes de nuestras vidas.
En sus 21 lecciones para el siglo XXI, el autor de Sapiens y Homo Deus, Yuval Noah Harari, sitúa la educación en la tríada final bajo el rótulo común de resiliencia, la gran virtud que se requerirá de los seres humanos para vivir en un mundo cambiante e incierto, junto a “significado” y “meditación”.
Las cuatro ces
El nuevo sistema educativo debe ayudar a realizar el oráculo de Delfos: conócete a ti mismo. Y desde ese autoconocimiento, imprescindible para que no sean otros los que nos conozcan y manipulen, han de impulsarse las cuatro ces:
- Pensamiento crítico.
- Comunicación.
- Colaboración.
- Creatividad.
Esta última será imprescindible para soportar y responder a los cambios, reinventarnos y mantener el equilibrio mental. Creatividad, sí, para el arte, la ciencia, la interacción social… pero sobre todo para crearnos y recrearnos constantemente, para ser los artífices de nuestras propias vidas.
Gracias a las ciencias de la creatividad (neurociencia cognitiva, psicología, pedagogía, sociología, ética y estética, incluso paleontología de la creatividad humana, etc.) sabemos en la actualidad más que nunca acerca de las dinámicas creativas.
En una modernidad líquida, como la denominara Zygmunt Bauman, es importante saber fluir (flow), noción desarrollada por la psicología de la creatividad desde 1975 y que implica, según Mihaly Csikszentmihalyi, objetivos claros y alcanzables; concentración y enfoque en un limitado campo de atención; retroalimentación directa e inmediata; equilibrio entre el nivel de habilidad y el desafío. Finalmente, la actividad es intrínsecamente gratificante.
Csikszentmihalyi, en las páginas iniciales de su obra fundamental Creatividad. El fluir y la psicología del descubrimiento y la invención la define así: “La creatividad es el resultado de la interacción de un sistema compuesto por tres elementos: una cultura que contiene reglas simbólicas, una persona que aporta novedad al campo simbólico y un ámbito de expertos que reconocen y validan la innovación (…)”.
Sus diferentes dimensiones
La creatividad es algo sistémico y complejo: tiene diversas dimensiones y elementos, y conoce muchos tipos y posibilidades. Hablamos de creatividad artística, pero también de creatividad científica y –en un mundo de consumo– los publicistas han reclamado para sí el nombre de “creativos” por antonomasia (y tienen como referente a Edward De Bono).
Buena parte de los recursos creativos humanos están al servicio del control de nuestras mentes, en un mundo orientado hacia el tener y no hacia el ser, como advirtiera Eric Fromm hace décadas.
Las transformaciones fundamentales de los procesos educativos en el siglo XXI vienen de la estrecha colaboración entre neurocientíficos, psicólogos y psicopedagogos, sociólogos y comunicólogos, siempre con la aportación de especialistas en cada ámbito específico del conocimiento y de la acción.
Recomendamos, para un trabajo adecuado en este ámbito, las aportaciones del neurocientífico Francisco Mora, especialmente Neurocultura. Una cultura basada en el cerebro (2007) y Neuroeducación. Solo se puede aprender aquello que se ama (nueva edición de 2017).
También, por la importancia extraordinaria de los procesos de lectura en el desarrollo mental humano, Neuroeducación y lectura: de la emoción a la comprensión de las palabras (2020), cuyas claves sintetizamos en esta reseña.
Hoy comenzamos a conocer una parte de las redes neuronales del cerebro que codifican el pensamiento divergente o creativo. Estas son las redes denominadas default (por defecto), salience (prominente) y executive (ejecutiva) conformando un posible conectoma.
Mora ha subrayado la importancia de las emociones en todos los procesos humanos, así como la necesidad de suscitar el interés, la motivación, la atención e implicación gozosa en los procesos de aprendizaje. Para aprender a aprender.
Y si el ser humano es lo que la educación hace de él (Kant), una nueva educación basada en nuestro conocimiento del funcionamiento cerebral debe poner en su centro el impulso de la creatividad.
A través del fomento gradual, abierto y comprensivo de dinámicas de lectura y escritura, de desarrollo psicomotriz, musical, plástico… de habilidades para el conocimiento interior y para la interacción y empatía con los demás.
Conexión con el mindfulness
Hoy sabemos que hay una profunda conexión entre creatividad y mindfulness, como tuvimos ocasión de desarrollar en este trabajo. Los positivos efectos de la práctica de atención plena para nuestro cerebro (desarrollo neuronal e incremento de la conectividad en los lóbulos prefrontales, mayor control del sistema límbico, entre otros) han sido acreditados científicamente.
La creatividad no es ninguna panacea. Como la ciencia, es un impulso que puede provocar consecuencias positivas o negativas. Hay creatividad para el bien y creatividad para el mal.
Por ello, cuando cerramos esta invitación a pensar en la clave esencial de nuestro presente y de nuestro futuro, animamos a que la creatividad se oriente hacia la verdad (creatividad científica), hacia la bondad (creatividad ética y social) y hacia la belleza (creatividad estética y artística). Todas ellas deben estar en el corazón de los imprescindibles nuevos procesos educativos. Desde la educación infantil a la universitaria.
Fuente: Prof. Manuel Ángel Vásquez /theconversation.com
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