Hace casi 600 años, Johannes Gutenberg cambió la historia de la humanidad inventando la imprenta. Hasta entonces, los conocimientos se transmitían mediante manuscritos elaborados por monjes. Con su invento, el proceso de copiado se aceleró y bajaron los costes de producción por lo que el conocimiento, que había estado en manos de muy pocos, empezó a llegar a muchas más personas. Hoy, el desarrollo de tecnologías aplicadas a la educación combinado con la diversificación y unbundling de servicios podrían conseguir un efecto similar. Es una transformación que podría democratizar el acceso a formación relevante y de calidad, y conectar a los individuos con oportunidades económicas y de crecimiento personal.
Con algunas excepciones, en las últimas décadas, América Latina y el Caribe enfocó su inversión en educación fundamentalmente en ampliar acceso. Un acceso limitado porque, aunque la región ha logrado que casi todos los niños inicien sus trayectorias educativas, el sistema va perdiendo estudiantes de forma masiva según avanzan los cursos: los que se gradúan de secundaria son pocos y los que además logran aprender son aún menos. A pesar de estos esfuerzos, cuyos efectos han sido parcialmente anulados por la crisis del COVID, la región sigue enfrentando grandes desafíos relacionados con la equidad, la calidad y relevancia de los aprendizajes y su capacidad para conectar a los jóvenes con oportunidades económicas.
En paralelo, la región sufre una dramática escasez de habilidades, con brechas entre la demanda y la oferta ampliándose a medida que la industria se diversifica, innova y se acerca a las necesidades del mercado global. Esta tendencia no se debe solo a la velocidad con la que el mercado se está transformando y adaptando a los cambios tecnológicos, sino a las dificultades que los sistemas formales de educación y formación tienen para responder a estas nuevas necesidades.
¿Como está tratando el mercado de resolver la brecha de habilidades? Descomponiendo, como explicábamos en la entrada anterior, el negocio en partes: haciendo unbundling de los servicios.
Este es nuestro punto de partida. Aunque algo simplificado, así luce, básicamente, la estructura de los sistemas educativos y de formación tradicionales: por un lado, una educación de masas gratuita o de bajo costo, pero por lo general de baja calidad; y por el otro, una educación “boutique” de alta calidad, pero cara y, por tanto, inaccesible para la gente de bajos ingresos. El modelo tradicional adolece además de rigidez: está estructurado en grandes bloques que son difícilmente adaptables y que requieren una inversión en tiempo y dinero considerable para obtener las credenciales (graduarse).
Lo que estamos observando son cambios en la estructura de mercado en particular para el segmento de estudiantes con mayor autonomía, es decir los de postsecundaria y educación superior. La oferta de servicios está siendo cada vez más modular. Eso permite una mayor diversificación, en buena medida favorecida por la digitalización y el aumento de la educación de plataforma. Eso permite bajar costos sin comprometer calidad y llevar programas a más gente respondiendo a sus necesidades de tiempo y ubicación. La diversificación de la oferta también está relacionada con la duración de los programas. Están apareciendo numerosas alternativas mucho más cortas y enfocadas en necesidades de mercado concretas como certificaciones, microcréditos, mini licenciaturas, credenciales digitales o bootcamps de aprendizaje en diferentes temas, desde la programación hasta el análisis de datos. Google por ejemplo ofrece una certificación de 6 meses y la compañía anuncia que a efectos de empleo lo considerarán como un diploma universitario.
Tres grandes tendencias están detrás de esta disrupción: (i) las mejores universidades del mundo están empezando a ofrecer sus servicios a precios más bajos gracias a la digitalización de programas; (ii) hay una oferta emergente de universidades alternativas como Minerva (que ofrecen educación de excelencia a la mitad de precio), o Holberton (que ofrece formación altamente especializada, conectada con empleo, y con facilidades de financiación); y (iii) grandes compañías como Google, Infosys, IBM, AT&T o Amazon se están aliando con universidades o están creando sus propios programas de formación, cortados a la medida de sus necesidades tanto para upskill y reskill trabajadores (stock), como para preparar el nuevo talento que necesitan (flow).
La diferencia entre los modelos de educación de masas tradicionales y los nuevos está marcada también por el énfasis en las #habilidades21 y el premium que ofrecen conectando formación con el mercado laboral. Crecientemente, los consumidores esperarán una conexión directa con un empleo de calidad. Los proveedores de servicios educativos tendrán que ofrecer ciertas garantías de empleabilidad y el producto que tenga tasas de empleabilidad bajas desaparecerá.
¿Es el unbundling buenas o malas noticias para la igualdad, para mejorar las oportunidades educativas y económicas de los jóvenes y para desarrollar talento de forma masiva en los países de la región? Creo que puede contribuir no solo a cerrar las brechas de habilidades sino también las brechas socioeconómicas. En primer lugar, hay una razón que es puramente práctica: tomaría mucho más tiempo cerrar la brecha de habilidades con sistemas tradicionales de educación y formación. Y la región no dispone de ese tiempo. Esta es la razón por la que el sector privado se ha ido moviendo progresivamente hacia la oferta modular de servicios. De esta manera cada compañía y cada individuo puede tener lo que necesita en lugar de tomar el paquete completo o bundle. Se generan eficiencias no solo en términos de tiempo de diseño y adaptación sino también en materia de inversión financiera para cerrar las brechas.
Pero adicionalmente, al bajar los costos, se democratiza el acceso a servicios de calidad. Y probablemente, en educación superior, gracias a esta diversificación y democratización de la calidad, vamos a empezar a ver al joven pobre y al rico acceder a los mismos programas educativos. Eso siempre y cuando se resuelvan los problemas que tenemos en educación básica y secundaria.
No se pueden responder a shocks externos como una pandemia cuando una proporción tan grande de la población puede caer en cualquier momento por debajo de la línea de pobreza. No se puede innovar, desarrollar nuevas industrias y competir en la economía global cuando más de la mitad de la población no ha terminado la educación secundaria.
En países como Chile, Colombia o México, el premium al logro educativo es extremadamente alto cuando comparamos los salarios de aquellos que tienen un título de secundaria con los que tienen un título universitario (OECD, 2019). Y el acceso a educación superior sigue siendo estando restringido a unos pocos. Si el acceso a educación superior se democratiza porque bajan los costos a una formación de calidad tanto en duración como en dinero, se conecta mejor con empleo, y se flexibilizan las trayectorias, más jóvenes de bajos ingresos podrán acceder a estos servicios y mejorar sus perspectivas de movilidad social. Para muchos individuos, la diferencia entre un trabajo mal pagado y uno mejor remunerado puede ser simplemente una cuestión de habilidades digitales. Si la gente necesita la formación, pero no necesariamente un título universitario para acceder a trabajos de mayor calidad y mejor remunerados, no solo son buenas noticias para un mercado que requiere con urgencia más talento cualificado, sino también para mejorar las oportunidades económicas de millones de individuos.
En las circunstancias actuales, ofrecer servicios modulares es clave, también para el diseño de políticas públicas, para adaptar la oferta de servicios y responder a la heterogeneidad de contextos y experiencias educativas que ha acentuado la pandemia. Esta estrategia es clave también para poder innovar: no tenemos que cambiar todo a la vez para empezar a transformar el sistema. Nos permite reducir costos (porque customizar un producto modular es mucho más eficiente) y generar combinaciones que respondan a las necesidades específicas de cada contexto.
Estamos frente a una gran oportunidad también no sólo para cerrar las brechas de habilidades de los docentes que están actualmente en la profesión, sino para la incorporación de nuevos profesionales, en un contexto en el que la evidencia empieza a indicar que cada vez son menos los que quieren ingresar a la carrera docente.
Circulaba hace tiempo una foto en redes sociales en la que se veía a Paul McCartney, el miembro de los Beatles, viajando en un vagón de tren; el mensaje decía: un país desarrollado no es aquel en el que los pobres tienen coche, sino en el que los ricos utilizan el transporte público. La frase se podría aplicar perfectamente a la educación: un país desarrollado es aquel en el que los niños ricos van a escuelas públicas. Y pensar en educación desde esta perspectiva es clave para nosotros cuando diseñamos programas. La medida del éxito de nuestros servicios públicos podría empezar a medirse no sólo por el número de beneficiarios de bajos ingresos que acceden a ellos, sino por las probabilidades de que alguien de altos ingresos quiera usarlas. Ese día, estaremos dando a los jóvenes más vulnerables una solución realmente a la medida de los desafíos a los que se enfrentan.
—————————-
Mercedes Mateo Díaz es especialista líder en educación del Grupo BID donde lidera una amplia iniciativa para repensar la educación y fortalecer los ecosistemas de aprendizaje para equipar a los individuos con habilidades del siglo 21.
Fuente: iadb.org