La revista británica The Economist publicó en su última edición de esta semana un informe titulado March of the Machines sobre el abrupto crecimiento de la Inteligencia Artificial, en el que indagaron en las consecuencias que podrían traer estas tecnologías al futuro laboral, político, económico y social.
Los mismos temores que generó la primera revolución industrial, cuando los expertos advirtieron que la sustitución de la maquinaria por el trabajo humano podría hacer que la población fuera redundante, se ven hoy reflejados en quienes se preocupan por los avances de la Inteligencia Artificial sobre millones de puestos laborales y en quienes ven en su desarrollo una amenaza al estilo de “Terminator” para la humanidad.
¿Estamos ante la misma controversia de hace dos siglos?
La IA ha progresado a un ritmo vertiginoso gracias a una técnica versátil llamada “aprendizaje profundo” (Deep learning). Con suficientes datos, las redes grandes neuronales, modeladas en la arquitectura del cerebro, pueden ser entrenadas para hacer todo tipo de cosas.
Potencian el motor de búsqueda de Google, el etiquetado automático de fotos de Facebook, el asistente de voz de Apple, las recomendaciones de compras de Amazon y los autos sin conductor de Tesla. Pero este rápido progreso también ha generado preocupaciones sobre la seguridad y la pérdida de empleos. Stephen Hawking, Elon Musk y otros se preguntan si la IA podría perder el control, precipitando un conflicto de ciencia ficción entre las personas y las máquinas. A otros les preocupa que la IA genere un desempleo generalizado al automatizar tareas cognitivas que anteriormente sólo podían realizar las personas. Después de 200 años, la cuestión de la maquinaria ha vuelto.
El escenario más alarmante es el que representa el lado oscuro de la IA, una imagen alimentada por la industria del cine y la ciencia ficción. Es la expresión moderna de un viejo temor, que se remonta a “Frankenstein” (1818) y más allá. Pero, aunque los sistemas de IA son impresionantes, sólo pueden realizar tareas muy específicas: una IA general capaz de burlar a sus creadores humanos sigue siendo una perspectiva distante e incierta. Preocuparse por eso es como preocuparse por la superpoblación en Marte antes de que los colonos hayan puesto un pie allí.
El aspecto más apremiante de la cuestión de la IA es el impacto que puede tener sobre los trabajos y la forma de vida de las personas.
Los miedos sobre el “desempleo tecnológico” se produjeron en la década de 1960 -cuando las empresas instalaron por primera vez los ordenadores y los robots- y los años ochenta -cuando los ordenadores aterrizaron en los escritorios-. Parecía entonces que la automatización generalizada de los trabajos estaba a la vuelta de la esquina. Sin embargo, la tecnología creó más empleos de los que destruyó. El reemplazo de algunos cajeros de banco con cajeros automáticos, por ejemplo, hizo que fuera más barato abrir nuevas sucursales, creando muchos más empleos nuevos en ventas y servicio al cliente.
Incluso si la pérdida de empleos a corto plazo es más que compensada por la creación de nuevos empleos a largo plazo, la transición puede ser traumática. Baste recordar cómo el rápido cambio de poblaciones crecientes de las granjas a las fábricas urbanas contribuyó a los disturbios en toda Europa, y cómo los gobiernos tardaron un siglo en responder con nuevos sistemas de educación y bienestar. Esta vez, es probable que la transición sea más rápida, ya que las tecnologías se difunden más rápidamente que hace 200 años.
Actualmente la brecha digital, a menudo, pareja a la desigualdad de ingresos, responde al hecho de que los trabajadores con grandes habilidades se benefician desproporcionalmente cuando la tecnología complementa sus trabajos. Esto plantea dos desafíos para los empleadores y los educadores: cómo ayudar a los trabajadores existentes a adquirir nuevas habilidades y cómo preparar a las generaciones futuras para un lugar de trabajo lleno de IA.
Una respuesta inteligente
A medida que la tecnología cambia las habilidades necesarias para cada profesión, los trabajadores tendrán que adaptarse. Eso significará hacer que la educación y la capacitación sean lo suficientemente flexibles como para enseñar nuevas habilidades de manera rápida y eficiente. Se requerirá un mayor énfasis en el aprendizaje a lo largo de toda la vida y en la capacitación en el trabajo, y un uso más amplio del aprendizaje en línea y la simulación de videojuegos. La IA puede ayudar a personalizar el aprendizaje basado en ordenadores y a identificar las brechas de habilidades de los trabajadores y las oportunidades para volver a capacitarse.
Las habilidades sociales -el único campo que está de momento fuera del alcance de las máquinas- también serán más importantes en una sociedad mutante en la que, junto a trabajos perecederos y largas vidas laborales, las tecnologías cambian velozmente. Lamentablemente, en nuestro país hay pocos indicios de que los sistemas de educación y bienestar de la era industrial se estén modernizando y flexibilizando. En otras palabras, no estamos preparados para abrazar la era de la automatización.
John Stuart Mill escribió en la década de 1840 que no puede haber un objeto más legítimo del cuidado del legislador que cuidar a aquellos cuyos medios de vida se ven afectados por la tecnología. Eso fue cierto en la era de la máquina de vapor, y sigue siendo cierto en la era de la inteligencia artificial.
Fuente: latnsite.wordpress.com