Observemos la siguiente escena: Adrián, de diez años, se sienta a hacer los deberes de matemáticas. Tras leer el enunciado del primer problema, se levanta enfadado y grita: “¡¡No entiendo nada!!”. Acto seguido, abandona la tarea y protesta a su madre, quien pacientemente se sienta con él y le explica lo que tiene que hacer. Es probable que, con más o menos esfuerzo y discusiones, ambos terminen de hacer la tarea. Pero ¿hay otra manera de ayudar a Adrián?
La frustración de Adrián es una emoción natural. ¿Quién no se ha sentido frustrado alguna vez ante una tarea que parece demasiado difícil o que nos exige demasiado esfuerzo o que no sale tan fácilmente como esperábamos?
Pero cualquier docente o padre sabe que tratar con un niño que tiene poca tolerancia a esta emoción puede ser un reto. Aprender a comprenderla y aceptarla es un elemento importante de la vida. Muchas veces vivimos la frustración como una emoción no deseada, pero desde la neuroeducación sabemos lo importante que es en el aprendizaje.
Conexión entre frustración y motivación
La frustración puede actuar como un catalizador para la motivación si se maneja adecuadamente. Según nos explica la neurociencia, emociones intensas como esta pueden aumentar los niveles de atención y enfoque, siempre que no sean excesivas. Este equilibrio es clave para mantener el interés en las tareas educativas. Si los estudiantes tienen mentalidad de crecimiento será más fácil que esto suceda.
La teoría de Carol Dweck sobre mentalidad fija y mentalidad de crecimiento destaca que las personas con una mentalidad de crecimiento ven la frustración como una oportunidad para aprender y mejorar. Este enfoque fomenta la perseverancia y reduce el impacto negativo de los fracasos en el aprendizaje.
Promover una mentalidad de crecimiento, tanto en la escuela como en casa, puede ser muy útil para muchas facetas de la vida, no solo para la etapa académica.
Frustración como parte del aprendizaje emocional
Desde la neuroeducación se sabe de la importancia de las emociones y el aprendizaje. Enseñar habilidades emocionales a estudiantes puede ayudarles a manejar mejor la frustración, promoviendo un entorno educativo más equilibrado, seguro y efectivo.
Porque como cualquier otra emoción, tiene su función para nuestra supervivencia. Saberla reconocer, gestionar y manejar es esencial para la vida.
Efectos en el sistema de recompensas
La frustración está relacionada con cambios en los mecanismos de reforzamiento del cerebro, particularmente en los niveles de dopamina. Cuando las expectativas no se cumplen, se produce una disminución del refuerzo positivo, lo que puede desmotivar al estudiante si no se gestiona adecuadamente.
Es útil transmitir la idea de que no siempre se van a cumplir las expectativas ni siempre se puede estar feliz y satisfecho. Muchos son los autores que nos recuerdan la presión de una sociedad de la happycracia, de la imposición de ser feliz que hace que la frustración esté más presente por no alcanzar ese ficticio nivel de satisfacción.
Relación frustración y el miedo
Neurobiológicamente, la frustración activa áreas cerebrales vinculadas al miedo. Esto puede generar respuestas evitativas hacia tareas asociadas con experiencias frustrantes previas, afectando negativamente la disposición al aprendizaje. Si tengo miedo a no realizar bien una tarea, intentaré evitarla. Y la frustración aparece precisamente por no haberlo ni intentado.
Si los estudiantes confían en sus capacidades es más fácil que puedan hacer frente a la frustración. La perseverancia, volver a intentarlo y aprender del proceso son básicos para afrontar esos miedos y conseguir hacer frente a la frustración.
El manejo adecuado de la frustración fomenta el desarrollo de habilidades cognitivas superiores como la resolución de problemas y el pensamiento crítico: nos ayuda a tomar buenas decisiones y planificar ajustando expectativas, pues no nos influirá ni el miedo a equivocarnos ni el deseo de evitar una sensación desagradable, sino que sabremos que, aunque haya un momento desagradable en que nos sintamos angustiados, vamos a ser capaces de superarlo.
¿Cómo “construimos” tolerancia a la frustración?
En entornos educativos, diseñar actividades que incluyan niveles moderados de dificultad puede ayudar a los estudiantes a desarrollar tolerancia a la frustración, al permitir que los escolares salven obstáculos gradualmente. Las dificultades en la vida siempre estarán presentes, pero si han aprendido que son capaces de superar pequeños desafíos más adelante podrán enfrentarse a mayores retos.
Los educadores deben crear ambientes donde los estudiantes puedan experimentar frustraciones controladas pero manejables. Esto incluye brindar retroalimentación constructiva y fomentar una mentalidad resiliente que valore el esfuerzo por encima del resultado inmediato.
Aprender a vivir
La frustración es una emoción inevitable en el proceso de aprendizaje, pero su manejo adecuado puede convertirla en una herramienta poderosa para el desarrollo personal y académico. Desde la neurociencia, entender su impacto permite diseñar estrategias educativas más efectivas que potencien tanto las capacidades cognitivas como emocionales de los estudiantes. Aprender a superar retos graduales, a extraer lecciones del error y a autorregularse ayudará a trabajar la frustración y aprender de y con ella.
Si, en lugar de enfadarse porque de entrada no entiende el problema, ayudamos a Adrián no a resolverlo, sino a confiar en que releyendo, dividiendo el planteamiento en partes más pequeñas, probando con diferentes estrategias, ese inmenso desafío inicial se convertirá en algo más manejable, Adrián aprenderá mucho más que matemáticas.
Fuente: Anna Forés Miravalles / theconversation.com