Es posible imaginar un escenario dentro de unos años en el que hablemos de la posdesinformación: superar y revertir la actual tendencia hacia la posverdad se puede conseguir, siempre que dotemos a las nuevas generaciones de los mecanismos necesarios para darle la vuelta a la mentira.
La digitalización de la comunicación nos permite, a golpe de clic, acceder al conocimiento humano generado a lo largo de la historia de la humanidad con velocidad 5G. Sin embargo, la masa crítica que recibe estos datos no ha sido preparada para su discernimiento. Esta es una de las causas de la actual crisis de Twitter y el fracaso del debate democrático.
Cuando internet todavía estaba lejos de convertirse en lo que es hoy, en 1995, el filólogo y pensador Noam Chomsky citaba al teólogo Reinhold Niebuhr, intelectual de la época del presidente estadounidense John F. Kennedy, que afirmaba:
“La racionalidad es una técnica, una habilidad, al alcance de muy pocos: solo algunos la poseen, mientras que la mayoría de la gente se guía por las emociones y los impulsos”.
Racionalidad y desinformación
La desinformación es definida por la Comisión Europea como “información falsa creada y difundida deliberadamente para influir en la opinión pública u ocultar la verdad”.
Sin embargo, no existe voluntad colectiva ni tiempo individual para verificar la información que recibimos y a la que nos abrazamos. Sobre todo porque abrazamos esta información, como decía Niebuhr, incentivados por los empujones sentimentales que provoca en nosotros dicha información.
La racionalidad que nos falta, sin embargo, puede encontrarse con ayuda de la misma tecnología que está al servicio de la mentira. De la misma manera que se usa para construir informaciones falsas, también se puede usar para desenmascararlas. Existen diferentes herramientas de verificación de imágenes o vídeos, así como la comprobación de la fuente o autoría que descarte cualquier manipulación.
Las nuevas generaciones
La generación Z, jóvenes de entre 18 y 22 años, participan de forma masiva en las redes sociales. Saben que estas carecen de credibilidad, pero se sienten atraídos por su inmediatez.
La mayoría de los jóvenes que hacen este consumo de información desconocen la posibilidad de verificación. Esto, unido al llamado “efecto halo”, el sesgo cognitivo que hace que nuestro cerebro confíe en aquellas personas a las que admiramos o queremos emular por alguno de sus rasgos más peculiares. Ahora les llamamos influencers.
Cerebros cómodos
Nuestros cerebros tienden a buscar comodidad; por este motivo, aceptamos sin hacernos demasiadas preguntas las ideas que coinciden con nuestras creencias, esas ideas que hemos ido cristalizando a lo largo de la experiencia vital.
Por eso, es importante establecer un espíritu crítico y reflexivo desde la más tierna infancia. Que sea capaz de hacerse preguntas y encontrar respuestas a lo largo de todos los ciclos formativos. Especialmente cuando tenemos en cuenta que casi el 95 % de los niños tienen un móvil a los 11 años.
El papel de la escuela
La escuela tiene un papel importante a la hora de construir ese espíritu crítico y crear las bases de una correcta alfabetización digital. Las tecnologías de la información digital aplicadas a la docencia permiten competir con la atención de los alumnos incorporando todo este escenario de desinformación a las clases.
Para ello, los docentes necesitan mejorar su formación digital de manera global, conociendo los conceptos que engloban la desinformación, la gran crisis de la infodemia, la diferenciación entre una noticia errónea –noticia falsa– y una maliciosa e intencionada –bulo.
Esta formación debe incluir el conocimiento de los medios de comunicación: cómo se crea una noticia, cómo se trabaja la información en los medios tradicionales y los medios digitales más modernos. Es necesario tener una idea general de las diferentes redes sociales que existen y cómo debemos comportarnos en ellas para sacarles el máximo partido de divulgación y aprendizaje.
Más conocimiento, menos polarización
Los planes de formación docente suelen ir por detrás de la sociedad de la comunicación. Todo cambia muy rápido en los nuevos entornos digitales, y no hay certeza de que en unos meses el escenario sea el mismo.
Por eso conviene conocer las reglas de esta nueva sociedad digital: incluso aunque puedan desaparecer algunas redes sociales, llegarán otras. En todas es necesario que no fracase el debate social desde la verdad. Esto permitirá sociedades menos polarizadas ideológica y políticamente, donde tenga cabida el respeto y la tolerancia sin imposiciones.
La lucha contra la desinformación está en la formación en comunicación.
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