La violencia intrafamiliar existe y tiene consecuencias. El abuso sexual, los malos tratos físicos y psicológicos, el abandono o privación afectivo-emocional durante los primeros años de vida obstaculizan el desarrollo normal del cerebro. Variables como la edad, la duración y la intensidad en que los niños y las niñas sufren episodios de violencia intrafamiliar pueden ocasionar alteraciones en ciertas estructuras cerebrales, principalmente en la reducción del cuerpo calloso y volumen del cerebro. Durante edades tempranas los niños y las niñas necesitan afecto, cariño, amor, estimulación e interacción en un entorno de calma, seguridad y tranquilidad para el adecuado desarrollo de las áreas cerebrales que regulan la socialización. Por lo tanto, el apoyo emocional y el refuerzo positivo son aspectos que se asocian con estilos de crianza familiar que favorecen las habilidades sociales y los vínculos afectivos seguros que no vienen determinados por el nivel socioeconómico, cultural y tecnológico de las familias.
Del mismo modo, algunas investigaciones han mostrado evidencias de que las dificultades en el funcionamiento conductual y cognitivo de niños y niñas que han sido víctimas de privaciones severas (malos tratos, o abusos de manera frecuente) aumentan los niveles de cortisol y pueden estar relacionados con alteraciones estructurales y funcionales del cerebro, específicamente con una disfunción del eje hipotálamo-pituitaria-adrenal e hipoactividad en varias regiones del cerebro, incluyendo regiones de la corteza prefrontal, sistema límbico y paralímbico (centro de control emocional para que se entienda) . Asimismo, son más vulnerables a la hora de padecer trastornos afectivos y/o de salud mental como depresiones, trastornos desadaptativos por ansiedad y un largo etcétera. En otras palabras, la experiencia social en edades tempranas tiene un papel fundamental en la organización de circuitos neuronales que se vinculan con el autocontrol y la interacción social. La discriminación, la estigmatización social y los niveles altos de estrés pueden desencadenar en los niños y las niñas, luego adolescentes, dificultades para establecer relaciones de apego seguro y buenas relaciones interpersonales.
Es más, el hostigamiento escolar temprano durante la infancia y, posteriormente, otros trastornos de conducta disocial como el acoso escolar durante la adolescencia han sido relacionados con el miedo, a nivel de estructuras cerebrales, se ha indicado que cuando el estímulo llega a la amígdala, se reconoce y se asocia con la dimensión afectiva correspondiente. La amígdala simboliza el sistema central del miedo y es esencial en la adquisición y expresión del miedo condicionado, así como de la ansiedad. En específico, el área hipotalámica lateral tiene un papel importante en la respuesta cardiovascular a estímulos de miedo. Las señales llegan a la zona lateral del hipotálamo desde la amígdala y otras zonas. El hipocampo es la estructura cerebral responsable del condicionamiento al miedo, lo que indica que los estados emocionales provocados por este tipo de violencia escolar como lo es el acoso escolar generan desencadenantes negativos a nivel de conexiones y redes neuronales que podrían alterar la arquitectura cerebral y su actividad, sobre la base de sustratos neuronales del sistema defensivo y de las emociones negativas implicadas (miedo, ansiedad, tristeza, depresión…).
A modo de resumen, si tenemos en cuenta algunas de estas investigaciones, se puede afirmar que detrás de muchos de los problemas de conducta y convivencia de niños/as y jóvenes existen sobradas pruebas de acontecimientos vitales de estrés prolongado primero en sus familias y/o luego en sus centros escolares. Así, pues, es primordial desde los equipos o comisiones de gestión de convivencia escolar buscar nuevos métodos, estrategias, proyectos, programas para paliar los síntomas internalizados de depresión encubierta, ansiedad, o trauma que muchos/as niños/as y jóvenes padecen en la actualidad y que manifiestan en su comportamiento social porque nadie les ha enseñado a conocerse a sí mismos/as y/o a comprender a los/las demás. Hoy más que nunca, después de la pandemia, los tejidos afectivos son muy frágiles, o incluso están desgarrados. Por ello, los agentes educativos habrían de incluir en su curriculum oculto fuerzas paraverbales y de resiliencia que ayuden a reducir el estrés emocional de niños/as y jóvenes escolarizados/as por el bien de toda la comunidad escolar.
Fuente: Prof. Miguel Ángel Fernández/ elperiodicodecanarias.es