La obligatoriedad del uso de la mascarilla se publicaba en el BOE en mayo de 2020, tres meses después de haber declarado el inicio de la pandemia provocada por la Covid-19. Incluía también a los niños a partir de los 6 años, y se aconsejaba para los más pequeños.
Esta imposición se mantuvo al inicio del curso escolar, aunque se pudiera respetar la distancia de seguridad.
La situación supuso un cambio social entre los alumnos de diferentes estudios, reencontrarse bajo condiciones no vividas anteriormente. Tras un durísimo confinamiento sin posibilidad ni tan siquiera de salir a la calle en sus inicios, nos encontrábamos ante una situación desconcertante.
Desde el punto de vista del docente, la creación de condiciones que favorecieran el aprendizaje se veían condicionadas por un contexto muy diferente y desconocido.
Además, la incertidumbre imposibilitaba la planificación a medio y largo plazo de las diferentes actuaciones a llevar a cabo. Hasta que toda la comunidad educativa consiguió entrar en una extraña y extraordinaria nueva rutina de higiene, de turnos, de distancias, de confinamientos sobrevenidos, de reuniones telemáticas, de recreos en patios separados y de mascarillas no se pudo realizar esa planificación.
Reflexión ahora que ha terminado el curso
Es complejo pensar en cómo ha podido incidir el uso de la mascarilla en los procesos de aprendizaje y de desarrollo emocional, socioafectivo, motor y cognitivo de los alumnos sin desligarlo del resto de condicionantes de este curso. Aún así, es necesario pararse a pensar en qué ha podido afectar, ahora que ha finalizado el curso, no solo al alumnado, sino también entre los docentes y en la relación con la comunidad educativa.
Hay que tener en cuenta que los menores de seis años no han tenido que llevar mascarilla. Ciertamente, su habilidad y madurez para poderse poner y quitar la mascarilla de forma autónoma, para mantenerla en el tiempo, etc. se veía claramente limitada y las recomendaciones no la hacían imprescindible.
Maestros con mascarilla
Así lo indicó la Asociación Española de Pediatría , que exponía que era complejo un correcto uso antes de los cinco años. En este caso, especialmente, se debe tener en cuenta lo que implica no solo para los niños llevar mascarilla, ya que no era imperativo, sino que la tuvieran que llevar las maestras y maestros y otros referentes educativos en las escuelas.
A esta edad los niños y niñas empiezan a interiorizar su esquema corporal y para ello, entre otras cosas, se trabaja el dibujo de la figura humana. Resulta cuanto menos curioso cómo aquellos alumnos que hacían un buen reconocimiento del propio cuerpo también incorporaban la mascarilla como elemento necesario del esquema corporal, aun no llevándola ellos y sus iguales.
De hecho, es necesario tener en cuenta que ya desde los 6 meses de edad, y especialmente a partir del año, se empieza a tener en cuenta la referencia social y se comienza a desarrollar la capacidad de utilizar y reconocer expresiones emocionales. Por otro lado, en las edades correspondientes a la educación infantil de segundo ciclo (3, 4 y 5 años) tiene lugar la consolidación del habla que se empieza a desarrollar a los 24 meses de forma plena.
Para ello, ya desde los 12-18 meses los bebés se fijan cada vez más en los movimientos de los labios y se completa el balbuceo, las primeras palabras, holofrases.
También es cierto que aún no hay suficientes evidencias científicas para poder determinar si esa percepción subjetiva de los profesionales de la educación se corrobora en una mayor dificultad en el desarrollo de la capacidad comunicativa oral de los niños y niñas.
En los mayores de seis años la situación ha sido diferente. Las mascarillas se volvieron obligatorias, como ya recomendaron la OMS y UNICEF en función de diferentes factores, pero se excluyó de la norma el caso de aquellos niños que presentaran un trastorno en el desarrollo o discapacidad que pudiera interferir en el uso de la mascarilla. Y es importante destacar este aspecto que pareció solo un matiz.
Comunicación y lenguaje
De la misma manera que se establecieron excepciones para las salidas en situación de confinamiento en el caso de las personas en las que su salud (física o mental) lo requiriese, también se hizo lo mismo con la obligación de llevar la mascarilla. Todos aquellos niños (y adultos) con ciertas dificultades han podido ver seriamente comprometida la comunicación, ya de por sí difícil en algunos trastornos como el autismo. Cabe destacar que hablamos de comunicación y no solo de lenguaje. De hecho, que sus interlocutores lleven mascarilla también ha afectado a la comunicación con el entorno.
Y qué decir de aquellos alumnos con discapacidad auditiva, en proceso o no de adquisición de lengua de signos, por la evidente barrera que ha supuesto la mascarilla en la lectura de los labios.
Aunque hay poca evidencia científica al respecto por lo reciente de la situación y la priorización de otros aspectos a valorar, cabe destacar el estudio que llevó a cabo Ashley Ruba, de la Universidad de Wisconsin-Madison, publicado en la revista Plos One, que puso de manifiesto que las mascarillas no impiden que los niños y niñas capten las emociones de las expresiones faciales, tomando una muestra de 80 menores de entre 7 y 13 años.
De entre las emociones primarias fue el miedo la emoción más difícil de detectar y de diferenciar de la sorpresa, por implicar las dos la abertura de los ojos y faltar el resto de la expresión facial.
En Inglaterra, un estudio todavía en fase preliminar que contempla una muestra de 58 escuelas de Education Endowment Foundation establece que un 96 % de los docentes se mostraron bastante o muy preocupados por la comunicación y el lenguaje de los alumnos, aspecto que no preocupó tanto en un principio.
Parece evidente que la barrera que supone la mascarilla en la lectura de la cara como parte de la comunicación no verbal y la gran necesidad que ha habido de hacer uso de la palabra en todos y cada uno de los momentos comunicativos entre adultos y menores han podido condicionar el desarrollo de habilidades relacionadas con la comunicación y el lenguaje, incluso más que los propios aprendizajes.
Toda esta situación que hemos vivido también ha ayudado a potenciar otras habilidades, especialmente en los docentes, pero también en aquellos alumnos de cursos superiores, Educación Secundaria, Bachillerato o Formación Profesional que han tenido que esforzarse en entrenar y poner en práctica aspectos que seguramente habían sido minusvalorados o tenidos en cuenta al menos de forma explícita.
De este modo ha sido necesario vocalizar mucho más, siendo claros en la pronunciación de las palabras y los distintos fonemas, y poner atención tanto en el tono como en la entonación.
Por otro lado, hemos tomado en cuenta el uso de las expresiones faciales, de la gesticulación acompañando las diferentes intervenciones y hemos utilizado todo nuestro cuerpo en la comunicación.
Minimizando los ruidos
Incluso hemos tenido ocasión de ampliar y modificar el vocabulario utilizado buscando aquellas palabras que resultaban de más fácil comprensión y dicción. Y hemos intentado minimizar cualquier ruido, en el sentido más amplio del término, que pudiera interferir en la comunicación.
Como decíamos al principio, no es solo el uso de la mascarilla lo que ha podido condicionar los procesos de aprendizaje, sino el aislamiento social y la obligación de evitar el contacto.
A falta de más investigación, la mascarilla por sí sola no debería tener tanto impacto como otras circunstancias añadidas que han limitado la interpersonalidad y el estar juntos, la ausencia del contacto (con tacto) como sentido de comunicación. Y que, como en todo, también nos ha permitido trabajar otros aprendizajes y la potenciación de otras habilidades necesarias para el desarrollo completo en todos los ámbitos.
Fuente: Prof. Jordi Perales Pons, Universitat Oberta de Catalunya/ Prof. Sylvie Perez Lima, Universitat Oberta de Catalunya/ theconversation.com