Pese a que el número de estudiantes de educación superior aumentó drásticamente a 20 millones en la última década, solo la mitad ha podido llevarse el título a casa.
“Mi hijo, el doctor”. “Mi hija, la arquitecta”. Estas expresiones, tan típicas de los padres, muestran el orgullo de quienes, al no haber podido acceder a la universidad, sueñan desde el primer momento en que sus hijos transitan el camino de la educación superior.
Pero en un mundo que afronta nuevos desafíos como la automatización, las demandas de nuevas habilidades y un escenario político cambiante, las carreras tradicionales consideradas más exitosas han sido destronadas por otras más acordes a los requerimientos del mundo actual.
Más allá del anhelo de los progenitores, en América Latina y el Caribe diferentes políticas públicas y el ascenso de la clase media en la década pasada han empujado a muchos más jóvenes a las puertas de las universidades.
Los números así lo demuestran. La cantidad de personas entre 18 y 24 años que asisten a una institución de educación superior aumentó del 21% en 2000 al 43% en el 2013 con una mayor cantidad de estudiantes provenientes de sectores medios y bajos, algo que no se veía años atrás.
Hoy existen más de 20 millones de estudiantes que asisten a las más de 10 mil instituciones, las cuales ofrecen más de 60 mil programas de formación, según los hallazgos del estudio Momento Decisivo: La Educación Superior en América Latina, del Banco Mundial.
Nada mal en comparación con otras regiones donde ir a la universidad o a un instituto de educación superior es solo un lujo que algunos pocos se pueden dar.
Pero hoy, la educación universitaria se encuentra en una encrucijada. Su rápida expansión, las características de los «nuevos» estudiantes y regulaciones laxas han llevado a muchos a cuestionar la calidad de sus programas.
Millones de estudiantes entran en sus aulas, pero no todos acceden a opciones de calidad. Esto significa que no solo no cuentan con un plan de estudios atractivo que los retenga hasta terminar si no que, al graduarse, tampoco están preparados para enfrentar las demandas del mercado laboral actual. Se calcula que solo el 50% de los estudiantes que inician sus estudios superiores llegan a terminar y se gradúan.
Los ránkings, que a menudo se usan como indicadores de la calidad de la educación superior, no presentan buenas noticias para América Latina. Entre los 500 mejores institutos de educación superior, solo hay 10 de la región, siendo África la única región con menos:
El estudio del Banco Mundial investiga tres aspectos clave de la educación superior en la región: calidad, variedad y equidad.
Un buen sistema de educación superior ofrece programas de calidad que maximizan el potencial de los estudiantes. Una variedad de ofertas permite a los estudiantes encontrar su mejor opción: entrenar no solo a los médicos necesarios en un hospital, sino también a las enfermeras y los asistentes administrativos. Dado que la mera disponibilidad de la variedad y la calidad no garantizan el acceso o éxito de los estudiantes, un sistema de educación superior muestra la equidad cuando los estudiantes tienen acceso a iguales oportunidades.
La equidad muchas veces comienza desde temprano. No todos los jóvenes y sus familias cuentan con la información ni los recursos necesarios para tomar una decisión correcta con respecto a la elección de una carrera profesional. En muchos casos, elegir es una oportunidad única en la vida y equivocarse puede ser el final de una carrera: la transferencia de programas es bastante dificultosa y burocrática.
Continuar o abandonar
A pesar de los escollos a los que se enfrentan, los estudiantes considerados más pobres representaron el 45% del aumento de la matrícula en los últimos años. Sin embargo, estos “nuevos” estudiantes provienen de familias con menores recursos y muchas veces no están preparados académicamente para enfrentar los desafíos de la educación superior, lo que muchas veces explica la falta de completación de las carreras de educación superior.
En promedio, solo la mitad de las personas entre 25 y 29 años que estaban matriculadas no completaron sus estudios, ya sea por abandono o porque aún continúan estudiando. De los que abandonan, la mitad lo hace en el primer año de su carrera.
El sistema no ayuda. Las carreras son largas y tediosas. Se estima el tiempo que tardan los estudiantes de América Latina y el Caribe en completarlas es un promedio de 36% más que en el resto del mundo. Esto implica que los estudiantes pasan más años como tales y, por ende, durante sus años facultativos ganan salarios acordes a su nivel secundario. El tiempo excesivo también tiene un costado filoso: los estudiantes muchas veces necesitan salir a trabajar para completar sus estudios, pero al mismo tiempo terminan abandonándolos por estar abrumados por las responsabilidades laborales y no ver la luz al final del túnel.
Dada la urgencia de la región en mejorar su productividad en un contexto de crecimiento lento, es clave la formación de capital humano de manera rápida y eficiente. De acuerdo al estudio, los hacedores de política pública tienen que tener en cuenta que no necesariamente acceso implica completación y calidad.
El estudio también recomienda que se deben diseñar políticas multidimensionales que no solo evalúen la calidad de los contenidos brindados en las instituciones, si no también apoyo a estudiantes que no están académicamente listos para la educación superior, e incentivos tanto para las universidades como para estudiantes para terminar la carrera.
Fuente: María Victoria Ojea – Elpais.com
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