El año escolar para los niños de todo el mundo se vio interrumpido por la crisis de salud pública que confinó a millones de personas y obligó a las escuelas a cerrar sus puertas. En Colombia, desde mediados de marzo, los estudiantes se vieron obligados a continuar su proceso educativo desde sus casas y la interacción con sus compañeros se tuvo que limitar a videollamadas. Y si bien es cierto que este salto súbito al mundo virtual ha afectado a todos los estudiantes, esta coyuntura ha sido especialmente crítica para los más jóvenes: los niños entre 3 a 5 años de los jardines infantiles, quienes necesitan aún más la interacción con su entorno para el desarrollo de sus habilidades cognitivas y emocionales.
Y si para los educadores de todas las asignaturas y niveles esto ha representado un desafío, para quienes se dedican a la educación preescolar ha sido crítico. En palabras del Director del Eco-Jardín Infantil “Mi Tierrita” Diego Forero, “los niños más pequeños no dedican más de 10 minutos de atención continua a una teleconferencia, por lo que es un desafío para los educadores continuar con su formación en la distancia”. Por esta razón, Diego Forero y la cofundadora del jardín, Paola Pulido, tuvieron la idea de utilizar un videojuego para que los niños pudieran interactuar con su entorno, reforzar sus conocimientos y relacionarse con sus compañeros de forma colaborativa, en un ambiente más abierto y relajado que un aula de clase virtual.
En la búsqueda de una solución, empezaron a buscar alternativas en los videojuegos, pues al fin y al cabo no había mejor receta para el éxito que poner a los niños a aprender haciendo lo que más les gusta: jugar. “Al principio pensamos en una especie de Age of Empires, pero preferimos Minecraft porque no se trata de una competencia: en Minecraft todos ganan y los niños entienden la importancia de la colaboración para lograr objetivos en el mundo real”, comenta Paola.
Mundos a la medida de la imaginación
Así pues, desde mediados de junio, Mi Tierrita implementó una clase semanal que se desarrolla en su totalidad en Minecraft de Microsoft, uno de los videojuegos más famosos de todos los tiempos. A diferencia de la mayoría de las alternativas, más que seguir unas órdenes u objetivos predeterminados, en Minecraft los jugadores crean su propio universo y van inventando propia historia. Pueden aprender a sobrevivir o a crear en estos universos, hechos de piezas que se asemejan a Legos, pero sobre todo de la imaginación de cada usuario. Estas posibilidades de inventar sin límites lo han convertido en un favorito de gamers de todas las edades, pero sobre todo de los educadores que han inventado las maneras más creativas al aprendizaje a través del juego.
Los socios fundadores empezaron a capacitarse autónomamente para empezar a crear los mundos del videojuego, acondicionarlos a las necesidades educativas de los niños y al proyecto de educación ambiental que soñaban. Diego y Paola inventaron una primera sesión de Minecraft donde los niños debían comenzar por crear sus personajes, que se convirtió en un reencuentro virtual con sus compañeros a quienes no veían hacía meses. Pudieron sentir de nuevo lo que era compartir con sus amigos y retomar su proceso de aprendizaje de una manera creativa y divertida.
El objetivo, entre creación y diversión, era que los estudiantes desarrollaran un proyecto colaborativo centrado en el cuidado del medioambiente, con la idea de enseñar desde la primera infancia las acciones necesarias en el mundo real para eliminar la huella de carbono de cada uno. Cada sesión en el videojuego tiene unos objetivos diferentes, donde los niños deben trabajar colaborativamente para lograr superar retos, siguiendo las reglas del juego establecidas al principio por los profesores. Las sesiones don acompañadas permanentemente por dos adultos: el profesor encargado y el director del jardín, quienes supervisan el proceso de aprendizaje y la interacción que tienen los alumnos con el programa.
El poder de la “gamificación”
Esta aproximación innovadora a la educación de la primera infancia no estuvo exenta de desafíos. Y no precisamente para los niños -que tienen una inclinación natural a las pantallas y los aparatos electrónicos y gozan naturalmente del juego-, sino para los adultos. Al principio, el trabajo más importante se centró en una labor pedagógica con padres y cinco docentes, para enseñar a ambos grupos a utilizar Minecraft, explicar el poder del aprendizaje “gamificado” y hacer ver el impacto positivo que tendría para los niños. Aún con cierto escepticismo, siguieron las instrucciones sobre en los rudimentos de descarga, instalación y configuración. Y aunque al principio, algunos padres de familia aún dudaran de los beneficios que podría tener un videojuego para la educación de sus hijos, desde las primeras sesiones empezaron a motivarlos y ellos mismos se involucraron en los mundos virtuales creados por el jardín.
En el primer intento, Diego y Paola crearon un mundo complejo, pero rápidamente se dieron cuenta que la clave era entender el ritmo de los niños: ir despacio y empezar a complejizarlo hasta que los estudiantes se apropiaran de la dimensión del proyecto. De esta forma, comenzaron la construcción de mundos virtuales sencillos, donde pudieran enseñarle a los niños la importancia de la sostenibilidad a través de la representación de lugares conocidos para ellos. Actualmente están en proceso de creación de ambientes que representan las regiones de Colombia, los lugares emblemáticos e históricos del país, los recursos naturales como los bosques y humedales, la biodiversidad nacional y los recursos hídricos.
De esta forma, los niños poco a poco aprenden la importancia del cuidado a la naturaleza, mantienen el contacto e interacciones con sus compañeros, desarrollan sus habilidades sociales y capacidades de trabajo en equipo y colaboración mientras continúan con su educación en la era de las clases virtuales. “La experiencia es muy similar a una salida de campo con los profesores y compañeros, donde ellos están explorando el entorno con sus compañeros y nosotros los acompañamos”, concluye Diego.
“En Minecraft se pueden enseñar muchas cosas que hacíamos presencialmente, como las manualidades. Esperamos también integrar el juego con la enseñanza de matemáticas y las ciencias, entre otros”, agrega Diego. En el futuro, las directivas del jardín tienen el sueño de crear una red nacional para que los niños de todo el país puedan interactuar entre ellos y conocer las realidades ambientales de otras regiones de Colombia. “Esperamos que un niño del Amazonas pueda interactuar con otro en La Guajira y centrar esta experiencia en el cuidado de su entorno, a través de la realización de grandes proyectos colaborativos enfocados en la concientización sobre el impacto medioambiental de nuestras acciones”, menciona Paola. Dentro de los planes de las directivas también está la construcción de un mundo inspirado en el Páramo de Chingaza para llevar virtualmente a sus estudiantes e inspirar en ellos la importancia de su cuidado. ¿Y después? Solo la imaginación de los niños será el límite.
Fuente:diariodelsur.com.co