Aulas cerradas y lejanas, docentes y estudiantes confinados en sus casas, intentando sostener la denominada “continuidad pedagógica”. El 2020 es sin dudas un año complejo para la educación, tanto en la región latinoamericana, como en el mundo. En Argentina y en Perú, la pandemia del Covid-19 nos abordó sin haber desarrollado una relación articulada entre la tecnología y la pedagogía, que haya permitido afrontar esta situación mejor preparados.
El propósito de este artículo es delinear algunos de los aspectos y características de esta “nueva” educación no presencial que viene desarrollándose en las instituciones educativas, sostenida en la figura de docentes, estudiantes, familias y personas dedicadas a estudiar la temática educativa de cerca; así como reflexionar de qué manera viene produciéndose el empleo de la tecnología como medio posibilitador de la enseñanza y el aprendizaje en esta parte de América.
En principio, conviene preguntarnos si la llamada educación a distancia es realmente algo nuevo entre nosotros. El registro más antiguo que se tiene sobre la educación a distancia lo encontramos en el año 1728, cuando el estadounidense Caleb Phillips comienza a anunciar cursos por correspondencia privados en la Gaceta de Boston; hablamos entonces de una experiencia de hace más de dos siglos en la que este tipo de educación ya era realizable. El educador español y experto en esta materia Lorenzo García Aretio, sostiene que “la educación a distancia no es un fenómeno de hoy; en realidad ha sido un modo de enseñar y aprender de millares de personas”; además, señala que “se basa en un diálogo didáctico mediado entre el profesor (institución) y el estudiante que, ubicado en espacio diferente al de aquél, puede aprender de forma independiente y también colaborativa” (García, 2014).
Ahora bien, este tipo de educación se sostiene sobre recursos diseñados específicamente para esta modalidad, tiempos planificados estratégicamente, formas de participación determinadas, tipos de evaluación acordes y un rol tutorial del docente, que es distinto al de la modalidad presencial.
En este sentido, lo que viene ocurriendo hoy, no podría ser –en términos rigurosos– definido como educación a distancia. Sin embargo, es posible considerar que algunas de sus características resultan útiles para comprender aquello que está desarrollándose de distintas maneras entorno al sistema educativo.
Uno de los elementos principales de esta forma de enseñar y aprender sin presencialidad, es la flexibilidad. Esta característica tiene que ver, fundamentalmente, con poder pensar de otra manera las propuestas que se habían diseñado para el formato presencial del aula. Tal vez, se trata de volver a planificar, priorizando aquellos contenidos que son importantes de enseñar y aprender en el aquí y ahora. Asimismo, de poder generar propuestas que revistan versatilidad para distintos accesos y dispositivos.
Otro eje central de esta nueva forma de “hacer escuela” es la reconfiguración del espacio y el tiempo, que ya no son los del aula física. Se trata de una forma distinta de dar lógica a la propuesta didáctica, y de hacer viable “la clase en pantuflas”, tal como menciona Inés Dussel, reconocida pedagoga argentina, para referirse a esta forma de enseñar y de aprender desde el hogar.
La comunicación, la colaboración y la creatividad, son otros de los elementos centrales de esta nueva lógica de la educación; en la que tanto docentes como estudiantes han tenido que utilizar distintos dispositivos, formas de acceder a la conectividad y de vincularse con sus colegas y pares.
En los casos de Argentina y Perú, sus ministerios de Educación resolvieron que no se calificará a los estudiantes durante el confinamiento, sino que se realizará una evaluación formativa. Este proceso se instituye como un elemento esencial de esta pedagogía de la emergencia; ya que es la oportunidad que tienen los docentes para potenciar y fortalecer la autogestión del aprendizaje. Así, resulta valioso emplear este tiempo para poder retroalimentar de manera completa, clara y sistemática.
Estos elementos, entre otros, constituyen tópicos que caracterizan a las prácticas que hoy suceden en la “no presencialidad”. En el marco de todo lo expresado, cabe preguntarse ¿Por qué motivo no estábamos preparados para enfrentar esta situación en materia educativa? ¿Qué cuestiones de los modos de hacer tradicionales del sistema educativo ameritan una revisión para echar luz a este interrogante?
«Otro eje central de esta nueva forma de ‘hacer escuela’ es la reconfiguración del espacio y el tiempo, que ya no son los del aula física»
Es un hecho indiscutible que la gran mayoría de personas vivimos inmersas en un mundo conectado por Internet, existen inclusive denominaciones para ubicarnos temporalmente respecto a ella: Baby Boomers, Generación X, los famosos Millennials y la más reciente Generación Z, nacidos entre los años 1995 y 2012. Esta realidad de omnipresencia de la tecnología en nuestras vidas, ha podido guiarnos hacia una concepción errónea sobre nuestros estudiantes, al asumirlos como nativos digitales plenos y, por tanto, poseedores per se de competencias que les permitan desenvolverse con suficiencia en los espacios virtuales de naturaleza educativa. No obstante, en medio de este proceso educativo, obligatoriamente mediado por la tecnología, se está evidenciando lo contrario, los estudiantes muchas veces manifiestan dificultades para entender y utilizar las plataformas digitales, errores en la ejecución de actividades mediadas por alguna herramienta de la web, entre otras; no estábamos frente a estudiantes plenamente solventes de manejarse en todos los ambientes digitales. Quizás es hora de desidealizar esas nociones arraigadas de nativos digitales.
La falta de preparación a nivel de competencias digitales se debe a que habitualmente en el sistema escolar las prácticas presenciales y las experiencias online se producían de manera dispar. Es decir, existía, generalmente, un predominio del aula física respecto a las prácticas en entornos virtuales. Muchas veces, la incorporación de tecnologías al aula, se hacía de manera aislada, en alguna materia o proyecto.
Sumado a lo anterior, podemos agregar el elemento de “desconfianza” o “desprestigio” que se podría tener sobre la efectividad de una educación no presencial. Lo cierto es que, la puesta en marcha de esta “pedagogía de la excepción”, concepto que utiliza Axel Rivas para referirse a la educación en el marco de la pandemia, impuso la necesidad de implementar estrategias, dispositivos, soportes y tecnologías, para continuar con la institucionalización de la escuela en este contexto.
Lejos de quienes sostenían que la tecnología reemplazaría en algún momento a los profesores, hoy más que nunca, es posible reconocer que esa creencia solo se trata de un fantasma. El rol de los docentes se ha evidenciado como fundamental; la mediatización, curaduría, retroalimentación, propuesta con sentido, entre otras, no son cuestiones que puedan ser abordadas por una sistema operativo en este momento. Es el docente quien genera y organiza las experiencias de aprendizaje para sus estudiantes.
La presencia, empleo y amplia incorporación de la tecnología en nuestra vida diaria, ha sido muchas veces cuestionada y criticada, se atribuyen efectos negativos como la desconexión de la realidad, dependencia hacia los dispositivos, despersonalización de nuestros vínculos personales, entre otras cosas. Sin embargo, en medio de esta pandemia, que por cuestiones sanitarias nos obliga a estar alejados de nuestros estudiantes, son los canales alternativos los que nos permiten aproximarnos de alguna manera a ese vínculo afectivo y emocional que solíamos desarrollar con nuestros estudiantes. Es claro que nuestra labor docente no se limita al plano académico, la formación humana es parte de ella y sin duda, este aspecto se ha visto afectado. No obstante, resulta paradójico que a través de una pantalla, el envío de un audio, la grabación de un vídeo en el que aparece el maestro, una visita en línea a un museo, la construcción de un mural interactivo, entre otros recursos, se puede generar y compartir un espacio de intimidad y confianza que fortalezca el vínculo entre docente y estudiantes. Estamos quizás frente a una reconfiguración de lo que asumimos como lo íntimo y lo personal.
Para proyectar una mirada alentadora sobre el futuro, pensemos en una modificación beneficiosa de la dinámica educativa. La nueva normalidad, o el retorno a las clases presenciales, posiblemente vendrá acompañado de una propuesta articulada con la virtualidad, que sin dudas, en este contexto nos ha demostrado su relevancia y necesidad en la educación.
Finalmente, si bien en Argentina y en Perú aún no se ha establecido una fecha de retorno a las aulas, lo positivo de este contexto, tan difícil y complejo, es que el sector educativo se mantuvo activo y en permanente búsqueda de alternativas de respuesta a la contingencia. Nadie se quedó en su zona de confort, porque la emergencia nos obligó a salir de ella; quedarán por delante muchos desafíos, que enfrentaremos con más preparación que la que pudimos tener cuando todo esto comenzó. En algunos años, este capítulo, que está siendo escrito por todos los miembros de la comunidad educativa, será central en nuestra historia de la educación.
Fuente: Magisnet.com